Se lo
reconoce bajo la denominación de Instituto de Rehabilitación del adolescente
Rosario y es una institución que, en los papeles, tiene por objetivo recuperar
y reeducar al número creciente de menores que incurren en la delincuencia. En
este sentido, se trata de un espacio gestado bajo criterios constitucionales,
normas que se instauran para garantizar los derechos y obligaciones del
ciudadano, siempre en pos de construir una sociedad más igualitaria. Sin embargo, y lejos
de enaltecer los preceptos bajo los cuales fue concebido, el
Irar se consolida
como instrumento irrefutable de
un sistema represor
que, día tras día, genera nuevos dispositivos transgresores.
La humanidad toda fue protagonista de luchas interminables. Batallas que tuvieron por consecuencia el origen y reconocimiento de leyes nacionales e
internacionales, para la preservación de los derechos del niño y del
adolescente. Dichas normativas decretan que los niños no deben estar
encarcelados y definen a éste como un recurso excepcional, a implementarse sólo
ante situaciones de extrema gravedad y cuando otras medidas alternativas
hubieran fracasado. En este contexto, es lamentable descubrir una realidad que
lastima: el Irar, es una cárcel.
Entre los muros impenetrables del establecimiento, conviven
adolescentes sin distinción de edad, ni grado delictivo. No interesa si el
interno robó una cartera o terminó con la vida de otra persona, no existe
diferenciación alguna. Se observa entonces, una cárcel sin ningún tipo de eufemismos,
con menores encerrados por pabellones, personal del servicio penitenciario
manipulando celdas y guardia perimetral en el exterior del edificio. ¿Acaso no
es este el mismo sistema carcelario de un penal para adultos? Entendidos confirman lo que es triste, pero real.
Como complemento a lo anterior, los baños tampoco se encuentran en condiciones. Por la carencia de agua, no existe un grifo que puedan abrir y acceder a ella, sino que se ven obligados a llamar a gritos a los acompañantes, en pos de que les abran las canillas y regulen el agua (tampoco cuentan con una perilla para regular la temperatura). En este sentido, son los civiles quienes aspiran cubrir la demanda, trasladándose de un lugar a otro con baldes cargados del líquido.
Por si esto fuera poco, la violencia es la
lógica que se adopta para tratar a los menores. La psicóloga, Julieta Santa Cruz,
fue tallerista del Irar durante casi dos años y testigo directo de la
metodología de control y castigo, respetada a rajatabla por el servicio
penitenciario. “La ternura, la debilidad, ese tipo de cosas ahí
adentro no garpan”, expresó con una dosis de dolor entremezclada con bronca. Minutos después agregó: “Si sos así vas a lavar la ropa, los penitenciarios te van a pegar, tus compañeros
te van a robar, porque se manejan con un no código que es el que fomenta la
misma Institución”, sentenció.
Civiles, acompañantes y talleristas, conocen los escenarios
del edificio mejor que nadie. Tanto Santa Cruz, como algunas voces que
prefirieron conservar el anonimato, supieron describir situaciones donde son
los uniformados quienes fomentan riñas y pelean entre los menores. A la espera
de entretenimiento, presionan hasta desatar el caos, y una vez instalado el
conflicto, intervienen mediante golpizas y malos tratos.
En este contexto, donde la violencia es la principal protagonista,
surge un ejemplo que evidencia cuan diferente es lo que pasa, de la versión oficial: A mediados del pasado 2012, se instaló
un problema a partir del ingreso de un paquete que, al parecer, contenía
drogas. Ante la situación, el servicio penitenciario resolvió que interviniesen
las Tropas de Operaciones Especiales (TOE), de manera tal que accionasen de la misma forma en que se procedería
en un penal para adultos. “Son como robocops
súper armados y cargados con gases lacrimógenos y demás elementos que fomentan
la violencia”, describió Santa Cruz antes de concluir que “el servicio
penitenciario es realmente deplorable”.
Además de lo
expuesto, cabe destacar que dentro del Irar se
reproducen los mismos escenarios marginales que los menores vivencian en el
exterior. Partiendo
de una base que los desafilia del resto de la sociedad, los internos desconocen
de normas de convivencia, respeto y consideración por el otro. Sin embargo,
allí donde el Instituto debiera intervenir como fuente educacional, se limita por el contrario, a
permitir que ocurran dentro del lugar, las mismas bajezas que afuera: disputas entre
bandas, robos y golpes de puños, son sólo algunos de los ejemplos.
Sin demasiado que agregar, es imposible cerrar este
argumento, sin antes dejar en claro el desinterés de las autoridades del correccional,
respecto de la educación. Según confirmaron docentes y acompañantes, las
sospechas son ciertas. De un promedio de cincuenta jóvenes apresados, sólo
siete de ellos asisten a clase. La pregunta es, ¿la educación en la República
Argentina no es obligatoria? Si bien el Irar es una medida socioeducativa en los documentos, la realidad es otra. Tal vez allí la escuela no sea inexcusable,
o quizá los oficiales decidan que los chicos, no deben salir…
A modo de conclusión,
sólo queda por resolver que la Institución
propiamente dicha, es lamentable. Contrario a
concretar las finalidades para las que fue pensado, el
Instituto de Rehabilitación del Adolescente, se erige como otro de los tantos mecanismos aprovechados
para potenciar las desigualdades sociales. Hijo de un sistema cuya historia es
marcada a fuego por la lucha de clases, mantiene un perfil donde el abuso de poder es la herramienta que acciona siempre en pos de abolir cualquier posibilidad de inclusión, cualquier escape a una vida
mejor. Sólo resta imaginar, que algún día, lo positivo borrará las cicatrices profundas, instaladas por lo malo.
Fuentes:
- Julieta Santa Cruz: Psicóloga y tallerista del Irar.
- Natalia Tricheri: Ex directora y actual coordinadora del Irar.
- Fernando Rosúa: Ex director del servicio penitenciario Rosario y experto en materia de seguridad.
- Nota Página12.
- Nota El ciudadano y la gente.