LA BIBLIOTECA ARGENTINA DESDE ADENTRO: Susana
Zemme, bibliotecaria de la institución desde 1977, se anima a relatar su viaje
interminable entre las aguas de un mundo de encanto y literatura. Una historia
que parece llegar a su fin, pero que en realidad sobrevivirá en su memoria,
para siempre.
De cálidos ojos marrones y voz
tenue, casi como un susurro, la figura de Susana recorre cada uno de los
pasillos descubriendo la magia. Su relato tintinea al compás de sus pasos,
porque para cada área conserva una historia y para cada libro, un dulce
recuerdo en la memoria. Treinta y seis años pasaron desde aquel ’77 que cambió su
vida para siempre; porque fue en la plenitud de la más trágica dictadura,
cuando su nombre se grabó cual sello en las páginas de una fábula para la que
todavía no se escribe un final. El cuento de hadas de la Biblioteca Argentina.
En su
andar se descubre un saber que sólo se adquiere con los años, pero que su
humildad se ocupa de apresar, destruyendo hasta el mínimo delirio de grandeza:
“Nadie es irremplazable, siempre va a haber alguien que va a seguir haciendo lo
que yo hago”. Susana habla, mientras sus ojos inundados son la prueba ferviente
de la nostalgia que le produce el tener que despedirse. Porque está a punto de
jubilarse, y se siente en el aire, lo mucho que van a extrañarla.
“Ahora
que me estoy por ir, es como que no quiero que me llegue la carta, y por otro
lado sí porque son muchos años y no tengo más para entregarle a la biblioteca.
A veces me siento cansada y es una gran responsabilidad. Acá siempre se trabajó
de manera responsable”. Al verla es imposible no admirarla. Su personalidad
manifiesta verdadero amor por su trabajo, pasión por las letras. Para ella es
imposible permitir que un lector se retire sin eso que vino a buscar. “Porque
yo sé que hay material, que acá está”.
Y así
como la Biblioteca Argentina resguarda y preserva más de 203 mil ejemplares, la mente de Susana
es un álbum de recuerdos. Guardiana irrevocable de un castillo de
princesas, custodia cual dragón el mayor
de sus tesoros, más valioso que cualquier oro, las joyitas de papel.
… La historia de la
biblioteca está contada por el primer bibliotecario, que la fundó junto con Juan
Álvarez, que era abogado. Se llamaba Alfredo Lovell y juntos formaron esta
biblioteca trabajando y pidiendo donaciones. En esa época se manejaban mucho
con Europa y Brasil, desde donde enviaban mucho material. Había libros de
Francia, Italia, España, y en esta última tenían corresponsales a quienes les
mandaban dinero para que comprasen libros.
Yo leí muchas
historias porque Lovell mecanografió en dos volúmenes todo su paso por la biblioteca,
hasta que lo echaron en la época de Perón, lo jubilaron digamos, porque era
antiperonista. Es maravilloso, porque escribe con puntos y comas, que se le
presentó un señor en mangas de camisa, que lo trató de mala manera y lo obligó
a llamar al Director. En un relato minucioso, describía todos los detalles.
Personalmente creo que me hubiera gustado estar en esa época, por las cosas que
él escribía.
En
el año ’18, vinieron a hacerle un reportaje para la revista Caras y Caretas.
Lovell mostró al periodista toda el área de libros antiguos. Entre ellos había
uno, aún está, titulado “Tratado del
arte del cortar del cuchillo”, de 1766. Entonces, cuando viene este hombre de
Buenos Aires, en su paso por todas las bibliotecas del país, le pregunta cómo
llegó ese libro acá. El bibliotecario le respondió: “No le puedo decir cómo lo
obtuvimos, pero fíjese que nuestros abuelos tenían tiempo para perder, no
vivían tan febrilmente como nosotros”. Y
se refería a 1918, imagínate si estuviera viviendo acá, ahora...
Amante de la historia, la
geografía y las hojas profundas de la filosofía, Susana persiste en su afán de
compartir lo que bien podría recelar como propio. Camina por los corredores,
señala, explica y cuando ingresa en la sala central, el tiempo parece detenerse.
¿Cómo explicar esa mestiza configuración entre el ayer y el hoy? El silencio es
obligado, pero también perfecto. Varias mesas de madera oscura revisten los
pisos añejos del salón de lectura. Adelante, un escenario enmarcado por
inmensas paredes repletas, eternas de libros de todas las formas y colores.
Único.
Al retirarse de la habitación,
Susana vuelve a entonar su voz con normalidad y el ruido del afuera hace
estragos en una mente humana que, por alguna razón, extraña la paz de aquel
místico lugar acustizado de tinta, hojas y suspiros. La mujer que guía vuelve a
perderse en algún lugar de la institución, seguramente pensando que ese es su
segundo hogar, o tal vez el primero. Porque como había expresado casi en
secreto, estando allí se casó, estando allí nacieron sus hijos y aún allí,
disfruta de su nieta.
… Otra anécdota es
que, cuando yo ingrese a mis 22 años, la
jefa de catalogación era Josefa Álvarez, hija de Clemente Álvarez y sobrina de
Juan, fundador de la biblioteca. Éramos una gran familia, porque ella le decía,
‘el tío Juan’ y yo también lo llamaba así. En ese momento, su esposo era el
Director de la biblioteca y acá trabajó el hijo de Juan Álvarez y también su
nieto. Era una familia enorme, Clemente Álvarez tenía siete hijos e iban, venían,
donaban libros. Juan también tenía varios hijos, incluso, después del ’75, toda
la biblioteca personal de los Álvarez fue donada acá.
Entre estos muros
también se gestó lo que es el Teatro el Círculo. En 1912, cuando se creó la
biblioteca, empezaron a prestar este salón divino de lectura para conferencias
y reuniones. Entonces los hombres de familias distinguidas de la ciudad, reunidos aquí, crearon el Círculo de la
Biblioteca. Esas mismas personas, que traían grandes personalidades al lugar,
compraron en 1947 en teatro La Ópera y fundaron el teatro El círculo. También
se nacieron acá, la Alianza Francesa, el Círculo Odontológico. Porque este
lugar era el adecuado, no había espacio como éste…
Con
la yema de los dedos recorriendo la encuadernación gastada de una fila
interminable de libros añejos, Susana se escabulle entre los pequeños pasillos
que dibujan los estantes de madera. Inspira profundo y repite, ahora acurrucada
en el sólido depósito, lo que supo resumir momentos antes: “El olor es maravilloso.
No hay otro lugar en la biblioteca que tenga este olor, es una mezcla entre
papel, cuero, madera… hay olor a historia”.
Hoy, la Biblioteca Argentina es
identidad. No se trata de simples libros, de simples muros, va mucho más allá. Es
ésta la institución que vio cómo se ocultaban más de cien libros en la época
del proceso; acallando la voz de Marx, escondiendo al justicialismo. Es ésta la
biblioteca que recuerda a una de sus empleadas como desaparecida. La misma que
vio a los estudiantes transformarse en eminencias: grandes médicos, políticos,
grandes hombres. Son sus pisos de bella rusticidad, los que vieron nacer un
gran amor, ¿entre una bibliotecaria y un lector, tal vez?
Porque es
cuna de adultos mayores que pasan sus tardes inmersos en alguna novela
romántica o navegando en alta mar, en un viejo barco pirata. Porque es la paz
que necesitan los amantes de las artes, de las ciencias. Porque yacen en su
interior, documentos históricos de la ciudad, de la provincia e incluso la
Nación. Y porque como bien expresó Susana Zemme, nuestra trabajadora
incansable, “toda la gente tiene un recuerdo de la Biblioteca… los de antes y
los de ahora”.
‘Donde hay libros, hay cultura’:
Entrevista con Liliana Romero, directora de la Biblioteca Argentina
¿Cuál fue tu primera impresión de la Biblioteca Argentina?
Recuerdo que mi primera impresión fue cuando el director me
hizo sentar en su oficina y frente a él había un escritorio que decía “NO TE
QUEJES”. Entonces yo me senté y eso fue lo primero que vi. Cuando comencé a
trabajar acá, en 1981, la biblioteca más importante de la ciudad era la
Biblioteca Argentina. Sinceramente nunca pensé que me iba a quedar tantos años,
pero la experiencia fue buenísima. En un primer momento estuve en referencia,
que es donde se asesora al público que viene en buscar de algún material que
necesita, ese trabajo es muy lindo por el contacto continuo con las personas.
¿Cómo definirías a este lugar?
Es un lugar emblemático para la ciudad. El doctor Juan
Álvarez, cuando pensó esta biblioteca, no sólo la ideó para que funcionase como
reservorio bibliográfico, sino también para el desarrollo de actividades
culturales y eso es lo que estamos tratando de hacer. Tenemos conciertos los
viernes y algunos sábados y domingos, hay muestras todos los meses y tratamos
de adjuntar siempre alguna otra actividad, como talleres.
¿Siempre soñaste con trabajar en una biblioteca?
Durante mi infancia asistía a una biblioteca que estaba
cerca de mi casa, la Biblioteca Vigil. Empecé a frecuentar ese lugar cuando
tenía cinco años, así que mi primera experiencia fue en la biblioteca. Yo
empecé trabajando acá con una beca, aunque en realidad nunca pensé que iba a
estudiar bibliotecología. Primero estudié odontología, pero por problemas
económicos, tuve que dejar, y como trabajaba en una biblioteca me puse a
estudiar bibliotecología.
Con los años me di cuenta que de chica ya me gustaba, porque
yo tenía cuentitos en mi casa y se los prestaba a mis amigos y vecinos y les
hacía una pequeña ficha como la que hacían en la Biblioteca Vigil, incluso les
hacía firmar y todo eso. Hoy no podría ir a otro lugar, ya estoy acostumbrada a
estar acá, siempre rodeada del contacto con los libros.
¿Disminuyó la cantidad de personas que vienen a la biblioteca?
Respecto del público, mermó. Pero tenemos un público
cautivo, que es el que viene a las siete de la mañana a estudiar. Hay jóvenes
que vienen durante años a la biblioteca y pasan toda su carrera acá. También
vienen personas mayores a leer novelas. Nosotros tenemos estanterías de acceso
libre, para que el lector pueda acceder a los libros, luego se lo llevan a su
casa o lo leen en el salón.
Yo que tengo hijos adolescentes también lucho para que
agarren el libro, porque están inmersos en las nuevas tecnologías. No sé si es
que formamos parte de otra generación o qué, pero creo que la experiencia que te
da el libro, no está en internet.
Al ver fotografías antiguas del lugar, descubrimos que se tratan de
mantener algunas estructuras tradicionales.
Si vas al salón, vas
a ver que las estanterías son todas de madera, son originales de la época en
que se fundó. Por eso cuando, en el año 89 se hizo todo el edificio nuevo, el
salón fue lo único que no se tocó. Además tiene una acústica para conciertos
impresionante.
La fachada se restauró toda el año pasado, para los cien
años y es la misma pero restaurada. Hubo un equipo de restauración de
patrimonio que se ocupó de que todo fuera restaurado sin modificaciones.
Yo creo que este
lugar es, para los rosarinos, un lugar emblemático. Considero que se debe
seguir en el intento de que el público vuelva a las bibliotecas, porque donde
hay libros hay cultura, por eso, que la gente se acerque a la biblioteca, es
hoy nuestro mayor anhelo.
NOTA ORIGINAL: https://www.facebook.com/LaVozDeLosVecinos?fref=ts