domingo, 7 de abril de 2013

Para viajar lejos, no hay mejor nave que un libro


LA BIBLIOTECA ARGENTINA DESDE ADENTRO: Susana Zemme, bibliotecaria de la institución desde 1977, se anima a relatar su viaje interminable entre las aguas de un mundo de encanto y literatura. Una historia que parece llegar a su fin, pero que en realidad sobrevivirá en su memoria, para siempre. 

De cálidos ojos marrones y voz tenue, casi como un susurro, la figura de Susana recorre cada uno de los pasillos descubriendo la magia. Su relato tintinea al compás de sus pasos, porque para cada área conserva una historia y para cada libro, un dulce recuerdo en la memoria. Treinta y seis años pasaron desde aquel ’77 que cambió su vida para siempre; porque fue en la plenitud de la más trágica dictadura, cuando su nombre se grabó cual sello en las páginas de una fábula para la que todavía no se escribe un final. El cuento de hadas de la Biblioteca Argentina.

En su andar se descubre un saber que sólo se adquiere con los años, pero que su humildad se ocupa de apresar, destruyendo hasta el mínimo delirio de grandeza: “Nadie es irremplazable, siempre va a haber alguien que va a seguir haciendo lo que yo hago”. Susana habla, mientras sus ojos inundados son la prueba ferviente de la nostalgia que le produce el tener que despedirse. Porque está a punto de jubilarse, y se siente en el aire, lo mucho que van a extrañarla.

“Ahora que me estoy por ir, es como que no quiero que me llegue la carta, y por otro lado sí porque son muchos años y no tengo más para entregarle a la biblioteca. A veces me siento cansada y es una gran responsabilidad. Acá siempre se trabajó de manera responsable”. Al verla es imposible no admirarla. Su personalidad manifiesta verdadero amor por su trabajo, pasión por las letras. Para ella es imposible permitir que un lector se retire sin eso que vino a buscar. “Porque yo sé que hay material, que acá está”.

Y así como la Biblioteca Argentina resguarda y preserva  más de 203 mil ejemplares, la mente de Susana es un álbum de recuerdos. Guardiana irrevocable de un castillo de princesas,  custodia cual dragón el mayor de sus tesoros, más valioso que cualquier oro, las joyitas de papel.

… La historia de la biblioteca está contada por el primer bibliotecario, que la fundó junto con Juan Álvarez, que era abogado. Se llamaba Alfredo Lovell y juntos formaron esta biblioteca trabajando y pidiendo donaciones. En esa época se manejaban mucho con Europa y Brasil, desde donde enviaban mucho material. Había libros de Francia, Italia, España, y en esta última tenían corresponsales a quienes les mandaban dinero para que comprasen libros.

Yo leí muchas historias porque Lovell mecanografió en dos volúmenes todo su paso por la biblioteca, hasta que lo echaron en la época de Perón, lo jubilaron digamos, porque era antiperonista. Es maravilloso, porque escribe con puntos y comas, que se le presentó un señor en mangas de camisa, que lo trató de mala manera y lo obligó a llamar al Director. En un relato minucioso, describía todos los detalles. Personalmente creo que me hubiera gustado estar en esa época, por las cosas que él escribía.

En el año ’18, vinieron a hacerle un reportaje para la revista Caras y Caretas. Lovell mostró al periodista toda el área de libros antiguos. Entre ellos había uno, aún está,  titulado “Tratado del arte del cortar del cuchillo”, de 1766. Entonces, cuando viene este hombre de Buenos Aires, en su paso por todas las bibliotecas del país, le pregunta cómo llegó ese libro acá. El bibliotecario le respondió: “No le puedo decir cómo lo obtuvimos, pero fíjese que nuestros abuelos tenían tiempo para perder, no vivían tan febrilmente como nosotros”.  Y se refería a 1918, imagínate si estuviera viviendo acá, ahora...

Amante de la historia, la geografía y las hojas profundas de la filosofía, Susana persiste en su afán de compartir lo que bien podría recelar como propio. Camina por los corredores, señala, explica y cuando ingresa en la sala central, el tiempo parece detenerse. ¿Cómo explicar esa mestiza configuración entre el ayer y el hoy? El silencio es obligado, pero también perfecto. Varias mesas de madera oscura revisten los pisos añejos del salón de lectura. Adelante, un escenario enmarcado por inmensas paredes repletas, eternas de libros de todas las formas y colores. Único.

Al retirarse de la habitación, Susana vuelve a entonar su voz con normalidad y el ruido del afuera hace estragos en una mente humana que, por alguna razón, extraña la paz de aquel místico lugar acustizado de tinta, hojas y suspiros. La mujer que guía vuelve a perderse en algún lugar de la institución, seguramente pensando que ese es su segundo hogar, o tal vez el primero. Porque como había expresado casi en secreto, estando allí se casó, estando allí nacieron sus hijos y aún allí, disfruta de su nieta. 

… Otra anécdota es que, cuando yo ingrese a mis 22 años,  la jefa de catalogación era Josefa Álvarez, hija de Clemente Álvarez y sobrina de Juan, fundador de la biblioteca. Éramos una gran familia, porque ella le decía, ‘el tío Juan’ y yo también lo llamaba así. En ese momento, su esposo era el Director de la biblioteca y acá trabajó el hijo de Juan Álvarez y también su nieto. Era una familia enorme, Clemente Álvarez tenía siete hijos e iban, venían, donaban libros. Juan también tenía varios hijos, incluso, después del ’75, toda la biblioteca personal de los Álvarez fue donada acá.

Entre estos muros también se gestó lo que es el Teatro el Círculo. En 1912, cuando se creó la biblioteca, empezaron a prestar este salón divino de lectura para conferencias y reuniones. Entonces los hombres de familias distinguidas de la ciudad,  reunidos aquí, crearon el Círculo de la Biblioteca. Esas mismas personas, que traían grandes personalidades al lugar, compraron en 1947 en teatro La Ópera y fundaron el teatro El círculo. También se nacieron acá, la Alianza Francesa, el Círculo Odontológico. Porque este lugar era el adecuado, no había espacio como éste…

Con la yema de los dedos recorriendo la encuadernación gastada de una fila interminable de libros añejos, Susana se escabulle entre los pequeños pasillos que dibujan los estantes de madera. Inspira profundo y repite, ahora acurrucada en el sólido depósito, lo que supo resumir momentos antes: “El olor es maravilloso. No hay otro lugar en la biblioteca que tenga este olor, es una mezcla entre papel, cuero, madera… hay olor a historia”.

Hoy, la Biblioteca Argentina es identidad. No se trata de simples libros, de simples muros, va mucho más allá. Es ésta la institución que vio cómo se ocultaban más de cien libros en la época del proceso; acallando la voz de Marx, escondiendo al justicialismo. Es ésta la biblioteca que recuerda a una de sus empleadas como desaparecida. La misma que vio a los estudiantes transformarse en eminencias: grandes médicos, políticos, grandes hombres. Son sus pisos de bella rusticidad, los que vieron nacer un gran amor, ¿entre una bibliotecaria y un lector, tal vez?

Porque es cuna de adultos mayores que pasan sus tardes inmersos en alguna novela romántica o navegando en alta mar, en un viejo barco pirata. Porque es la paz que necesitan los amantes de las artes, de las ciencias. Porque yacen en su interior, documentos históricos de la ciudad, de la provincia e incluso la Nación. Y porque como bien expresó Susana Zemme, nuestra trabajadora incansable, “toda la gente tiene un recuerdo de la Biblioteca… los de antes y los de ahora”.  

‘Donde hay libros, hay cultura’:
Entrevista con Liliana Romero, directora de la Biblioteca Argentina

¿Cuál fue tu primera impresión de la Biblioteca Argentina?

Recuerdo que mi primera impresión fue cuando el director me hizo sentar en su oficina y frente a él había un escritorio que decía “NO TE QUEJES”. Entonces yo me senté y eso fue lo primero que vi. Cuando comencé a trabajar acá, en 1981, la biblioteca más importante de la ciudad era la Biblioteca Argentina. Sinceramente nunca pensé que me iba a quedar tantos años, pero la experiencia fue buenísima. En un primer momento estuve en referencia, que es donde se asesora al público que viene en buscar de algún material que necesita, ese trabajo es muy lindo por el contacto continuo con las personas.

¿Cómo definirías a este lugar?

Es un lugar emblemático para la ciudad. El doctor Juan Álvarez, cuando pensó esta biblioteca, no sólo la ideó para que funcionase como reservorio bibliográfico, sino también para el desarrollo de actividades culturales y eso es lo que estamos tratando de hacer. Tenemos conciertos los viernes y algunos sábados y domingos, hay muestras todos los meses y tratamos de adjuntar siempre alguna otra actividad, como talleres.

¿Siempre soñaste con trabajar en una biblioteca?

Durante mi infancia asistía a una biblioteca que estaba cerca de mi casa, la Biblioteca Vigil. Empecé a frecuentar ese lugar cuando tenía cinco años, así que mi primera experiencia fue en la biblioteca. Yo empecé trabajando acá con una beca, aunque en realidad nunca pensé que iba a estudiar bibliotecología. Primero estudié odontología, pero por problemas económicos, tuve que dejar, y como trabajaba en una biblioteca me puse a estudiar bibliotecología.

Con los años me di cuenta que de chica ya me gustaba, porque yo tenía cuentitos en mi casa y se los prestaba a mis amigos y vecinos y les hacía una pequeña ficha como la que hacían en la Biblioteca Vigil, incluso les hacía firmar y todo eso. Hoy no podría ir a otro lugar, ya estoy acostumbrada a estar acá, siempre rodeada del contacto con los libros.

¿Disminuyó la cantidad de personas que vienen a la biblioteca?

Respecto del público, mermó. Pero tenemos un público cautivo, que es el que viene a las siete de la mañana a estudiar. Hay jóvenes que vienen durante años a la biblioteca y pasan toda su carrera acá. También vienen personas mayores a leer novelas. Nosotros tenemos estanterías de acceso libre, para que el lector pueda acceder a los libros, luego se lo llevan a su casa o lo leen en el salón.

Yo que tengo hijos adolescentes también lucho para que agarren el libro, porque están inmersos en las nuevas tecnologías. No sé si es que formamos parte de otra generación o qué, pero creo que la experiencia que te da el libro, no está en internet.

Al ver fotografías antiguas del lugar, descubrimos que se tratan de mantener algunas estructuras tradicionales.

 Si vas al salón, vas a ver que las estanterías son todas de madera, son originales de la época en que se fundó. Por eso cuando, en el año 89 se hizo todo el edificio nuevo, el salón fue lo único que no se tocó. Además tiene una acústica para conciertos impresionante.

La fachada se restauró toda el año pasado, para los cien años y es la misma pero restaurada. Hubo un equipo de restauración de patrimonio que se ocupó de que todo fuera restaurado sin modificaciones.
 Yo creo que este lugar es, para los rosarinos, un lugar emblemático. Considero que se debe seguir en el intento de que el público vuelva a las bibliotecas, porque donde hay libros hay cultura, por eso, que la gente se acerque a la biblioteca, es hoy nuestro mayor anhelo.


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