sábado, 17 de agosto de 2013

¡Aguante el cobre!

Alejandro es el mayor de siete hermanos, y de todos, fue el primero en terminar adentro. De profundos ojos negros, su mirada siempre generó en el resto una incomodidad difícil de describir, el reflejo de una mezcla perfecta entre dolor y resentimiento. En aquel entonces tenía poco más de 16 años, pero a pesar de su corta edad los vecinos le tenían respeto. Porque como dicen las malas lenguas, ‘era mejor tenerlo de amigo’.  

Su casa se erigía sobre la colectora este, a pocos metros del Santa Lucía y formaba parte de un conglomerado de viviendas iguales, de paredes blancas y techos verdes, entregadas a los ciudadanos por el gobierno provincial. Hijo de una rubia mujer consumida por el alcohol y un padre cuya historia estaba arraigada en lo más hondo de Tablada, el Ale heredó de ambos su faceta delincuente y aprendió con lujo de detalles el oficio de robar.

No era raro verlo a la tardecita recorriendo las manzanas. Las motos eran su debilidad y, aunque de vez en cuando vaciaba alguna que otra casa de la zona, el pibe tenía códigos: al vecino no lo tocaba. ¡Aguante el cobre!, se le escuchaba gritar entre risas cada vez que hablaba con los malandrines de la cuadra. Y es que era experto ladrón de cables y con eso sacaba algunos mangos.

A la noche sus planes eran simples: convertirse en ladrón o jugar a disparar. Cuando no fichaba nada de su interés, se quedaba con sus hermanos martillando balas desde el balcón contra el contenedor de la basura. ¡Bang! El estruendo perforaba los tímpanos una y otra vez, pero nadie decía nada. La policía jamás venía y pelear con ellos implicaba poner en riesgo a la familia y a la casa.

Pero esa tarde de 2006, algo salió mal. Nazareno le había advertido que no se metiera en el Santa, pero el Ale tenía un par de asuntos que resolver. Fue caminando y quiso volver corriendo, pero terminó esposado y con una carátula de asesino pegada en la frente. Le tiró a matar por meterse con su novia y cumplió con el objetivo. Como consecuencia se ganó una estadía en el Irar con pensión completa y la bronca de más de uno… ¿Qué tan malo podía ser?

Cuando puso el primer pie, miró todo a su alrededor con la sonrisa desdibujada. Era mucho peor de lo que había imaginado y en el aire se respiraba tristeza. No era una escuela llena de maestras hincha pelotas, ni un hospital donde le explicarían las bondades de dejar el porro. Ni siquiera se parecía a la celda fría de la comisaría 14, donde el vigilante flaco y desgarbado le convidaba siempre con Fanta y sanguchitos de miga. Ahí adentro, todo era gris y las paredes rugían pena.

Su habitación era un calabozo crudo, con una cama de piedra sin frazadas y un pozo en el piso que funcionaba de baño. No había sillas, ni ventanas por donde ventilar ese olor nauseabundo y persistente, un perfume que emanaba por los poros de la institución que cambiaría su vida para siempre. Alejandro se sentó en la roca que construía su cama y por primera vez pensó en llorar, la angustia le oprimía el pecho pero contuvo esa lágrima y se dedicó a soportar.

Días y noches pasaron quietas ante los ojos del interno. “Nunca vi tanta mierda junta”, le dijo a su madre la única vez que fue a visitarlo. Y claro, los chicos ahí adentro son basura y el servicio penitenciario se encarga de demostrarlo cuantas veces puede. El tesoro del agua es el peor de los castigos, los pibes suplican y se retuercen de sed, mientras los milicos se les cagan de risa en la cara. Hasta que no los tienen de rodillas en el suelo, el agua no aparece.

El Ale mira desde lejos y se limita a comer y tomar lo que le dan. En su mente no cabe la posibilidad de pedirles nada, ni aunque estuviese al borde de la muerte. En la oscuridad de la madrugada se adormece con el llanto de criaturas que, como él, extrañan la libertad. El enano, por ejemplo, le robó la billetera a un hombre para comprar un par de zapatillas y desde que llegó, llora siempre. Al Ale le molesta que sea así de maricón porque los pibes le roban las cosas y los ratis lo cagan a trompadas.

Por si fuera poco, al final del pasillo la sangre corre más rápido; esa celda debe estar maldita porque más de uno se escracha con tal de salir. El último prisionero era un chico de 18 años que se cortajeó ambos brazos con un Tramontina y terminó internado en el HECA. Ahí los débiles no sobreviven y las vidas se reducen a la nada misma, porque para las autoridades no valen un centavo.

El resto del tiempo hay escuela no obligatoria y algunos talleres, y aunque los voluntarios se llevan bien con los internos, siempre quieren hacer mucho pero pueden poco. Exigir en el Irar es como hablar con las paredes, la única respuesta que se percibe es el eco.

Y así transcurrieron los meses y pasó más de un año desde aquella tarde en la que el Ale mató. Ahora tiene casi cumplidos los 18 años y esos que se hacen llamar Justicia creen que el chico está rehabilitado y listo para que el afuera lo reciba con los brazos abiertos.

En su paso por el Instituto de rehabilitación del Adolescente Rosario, Alejandro creció dos años y bajó tres kilos. Habló poco y durmió mucho, siempre observando con los ojos cerrados el maltrato de aquellos que debían velar por su seguridad y reinserción social. Los que lo conocieron adentro saben que nunca participó de los talleres ofrecidos por los estudiantes de las facultades. ¿Para qué ilusionarse? Si cuando se van lo bueno se olvida y la oscuridad permanece.

Y es verdad, el Ale asesinó y culminó arbitrariamente con la vida de un hombre. El pibe de Tablada, radicado ahora al límite de barrio Belgrano con el Santa Lucía, transgredió toda ley imaginable y sucumbió empujado por una vida que lo condenó a ser así y de ninguna otra manera. El pibe se equivocó feo, y ahora, después haber pagado por su crimen, las puertas se abren y vuelve a ver la luz del sol. Pero cuidado, bajo el aviso de que con 18 la sanción puede ser todavía peor.

Afuera lo esperan el Rengo y el Naza, dos de sus hermanos, los mismos que más tarde seguirán sus pasos. Van camino a casa donde mamá aguarda tirada en el suelo y con una botella vacía de vino tinto en la mano. Papá estará lejos, en algún lugar del país huyendo al pedido de captura. El resto de los chicos quizá durmiendo, o corriendo descalzos por el medio de la calle, o con una gomera improvisada matando pajaritos.

Se detienen en el cíber para manguearle cigarrillos a Hugo cuando de golpe y porrazo, aparece el tío del muerto. Balea al Ale en la cara y se toma el palo. Dispara rapidísimo, cruza la vía y desaparece cual si fuera un fantasma. Nadie lo ve, no sabe, no contesta. El tiro le ingresó por la parte inferior de la mandíbula y le atravesó la nariz: increíblemente se salvó de milagro.

Meses de curaciones impiden que Alejandro ejecute lo que planeó desde que puso los pies en el Irar, en las fauces asquerosas de aquel lugar inmundo. Porque incluso antes del balazo, supo que iba a volver a matar. Cada golpe, cada burla, cada hueso lastimado por el catre de piedra, cada gota de sangre derramada, cada grito y el maltrato, sólo alimentaron su odio.

Porque al Irar ingresan niños marginados, pero egresan hombres con sed de violencia. Porque lejos de recuperarse, renacen de entre la mugre con peores reincidencias. 

NIÑEZ EN MEDIO DE LA ADVERSIDAD


Marcha en reclamo de útiles escolares. Rosario.
                                                  FOTO: Luz Nuñez Soto (luznunezsoto@gmail.com)



domingo, 7 de abril de 2013

Para viajar lejos, no hay mejor nave que un libro


LA BIBLIOTECA ARGENTINA DESDE ADENTRO: Susana Zemme, bibliotecaria de la institución desde 1977, se anima a relatar su viaje interminable entre las aguas de un mundo de encanto y literatura. Una historia que parece llegar a su fin, pero que en realidad sobrevivirá en su memoria, para siempre. 

De cálidos ojos marrones y voz tenue, casi como un susurro, la figura de Susana recorre cada uno de los pasillos descubriendo la magia. Su relato tintinea al compás de sus pasos, porque para cada área conserva una historia y para cada libro, un dulce recuerdo en la memoria. Treinta y seis años pasaron desde aquel ’77 que cambió su vida para siempre; porque fue en la plenitud de la más trágica dictadura, cuando su nombre se grabó cual sello en las páginas de una fábula para la que todavía no se escribe un final. El cuento de hadas de la Biblioteca Argentina.

En su andar se descubre un saber que sólo se adquiere con los años, pero que su humildad se ocupa de apresar, destruyendo hasta el mínimo delirio de grandeza: “Nadie es irremplazable, siempre va a haber alguien que va a seguir haciendo lo que yo hago”. Susana habla, mientras sus ojos inundados son la prueba ferviente de la nostalgia que le produce el tener que despedirse. Porque está a punto de jubilarse, y se siente en el aire, lo mucho que van a extrañarla.

“Ahora que me estoy por ir, es como que no quiero que me llegue la carta, y por otro lado sí porque son muchos años y no tengo más para entregarle a la biblioteca. A veces me siento cansada y es una gran responsabilidad. Acá siempre se trabajó de manera responsable”. Al verla es imposible no admirarla. Su personalidad manifiesta verdadero amor por su trabajo, pasión por las letras. Para ella es imposible permitir que un lector se retire sin eso que vino a buscar. “Porque yo sé que hay material, que acá está”.

Y así como la Biblioteca Argentina resguarda y preserva  más de 203 mil ejemplares, la mente de Susana es un álbum de recuerdos. Guardiana irrevocable de un castillo de princesas,  custodia cual dragón el mayor de sus tesoros, más valioso que cualquier oro, las joyitas de papel.

… La historia de la biblioteca está contada por el primer bibliotecario, que la fundó junto con Juan Álvarez, que era abogado. Se llamaba Alfredo Lovell y juntos formaron esta biblioteca trabajando y pidiendo donaciones. En esa época se manejaban mucho con Europa y Brasil, desde donde enviaban mucho material. Había libros de Francia, Italia, España, y en esta última tenían corresponsales a quienes les mandaban dinero para que comprasen libros.

Yo leí muchas historias porque Lovell mecanografió en dos volúmenes todo su paso por la biblioteca, hasta que lo echaron en la época de Perón, lo jubilaron digamos, porque era antiperonista. Es maravilloso, porque escribe con puntos y comas, que se le presentó un señor en mangas de camisa, que lo trató de mala manera y lo obligó a llamar al Director. En un relato minucioso, describía todos los detalles. Personalmente creo que me hubiera gustado estar en esa época, por las cosas que él escribía.

En el año ’18, vinieron a hacerle un reportaje para la revista Caras y Caretas. Lovell mostró al periodista toda el área de libros antiguos. Entre ellos había uno, aún está,  titulado “Tratado del arte del cortar del cuchillo”, de 1766. Entonces, cuando viene este hombre de Buenos Aires, en su paso por todas las bibliotecas del país, le pregunta cómo llegó ese libro acá. El bibliotecario le respondió: “No le puedo decir cómo lo obtuvimos, pero fíjese que nuestros abuelos tenían tiempo para perder, no vivían tan febrilmente como nosotros”.  Y se refería a 1918, imagínate si estuviera viviendo acá, ahora...

Amante de la historia, la geografía y las hojas profundas de la filosofía, Susana persiste en su afán de compartir lo que bien podría recelar como propio. Camina por los corredores, señala, explica y cuando ingresa en la sala central, el tiempo parece detenerse. ¿Cómo explicar esa mestiza configuración entre el ayer y el hoy? El silencio es obligado, pero también perfecto. Varias mesas de madera oscura revisten los pisos añejos del salón de lectura. Adelante, un escenario enmarcado por inmensas paredes repletas, eternas de libros de todas las formas y colores. Único.

Al retirarse de la habitación, Susana vuelve a entonar su voz con normalidad y el ruido del afuera hace estragos en una mente humana que, por alguna razón, extraña la paz de aquel místico lugar acustizado de tinta, hojas y suspiros. La mujer que guía vuelve a perderse en algún lugar de la institución, seguramente pensando que ese es su segundo hogar, o tal vez el primero. Porque como había expresado casi en secreto, estando allí se casó, estando allí nacieron sus hijos y aún allí, disfruta de su nieta. 

… Otra anécdota es que, cuando yo ingrese a mis 22 años,  la jefa de catalogación era Josefa Álvarez, hija de Clemente Álvarez y sobrina de Juan, fundador de la biblioteca. Éramos una gran familia, porque ella le decía, ‘el tío Juan’ y yo también lo llamaba así. En ese momento, su esposo era el Director de la biblioteca y acá trabajó el hijo de Juan Álvarez y también su nieto. Era una familia enorme, Clemente Álvarez tenía siete hijos e iban, venían, donaban libros. Juan también tenía varios hijos, incluso, después del ’75, toda la biblioteca personal de los Álvarez fue donada acá.

Entre estos muros también se gestó lo que es el Teatro el Círculo. En 1912, cuando se creó la biblioteca, empezaron a prestar este salón divino de lectura para conferencias y reuniones. Entonces los hombres de familias distinguidas de la ciudad,  reunidos aquí, crearon el Círculo de la Biblioteca. Esas mismas personas, que traían grandes personalidades al lugar, compraron en 1947 en teatro La Ópera y fundaron el teatro El círculo. También se nacieron acá, la Alianza Francesa, el Círculo Odontológico. Porque este lugar era el adecuado, no había espacio como éste…

Con la yema de los dedos recorriendo la encuadernación gastada de una fila interminable de libros añejos, Susana se escabulle entre los pequeños pasillos que dibujan los estantes de madera. Inspira profundo y repite, ahora acurrucada en el sólido depósito, lo que supo resumir momentos antes: “El olor es maravilloso. No hay otro lugar en la biblioteca que tenga este olor, es una mezcla entre papel, cuero, madera… hay olor a historia”.

Hoy, la Biblioteca Argentina es identidad. No se trata de simples libros, de simples muros, va mucho más allá. Es ésta la institución que vio cómo se ocultaban más de cien libros en la época del proceso; acallando la voz de Marx, escondiendo al justicialismo. Es ésta la biblioteca que recuerda a una de sus empleadas como desaparecida. La misma que vio a los estudiantes transformarse en eminencias: grandes médicos, políticos, grandes hombres. Son sus pisos de bella rusticidad, los que vieron nacer un gran amor, ¿entre una bibliotecaria y un lector, tal vez?

Porque es cuna de adultos mayores que pasan sus tardes inmersos en alguna novela romántica o navegando en alta mar, en un viejo barco pirata. Porque es la paz que necesitan los amantes de las artes, de las ciencias. Porque yacen en su interior, documentos históricos de la ciudad, de la provincia e incluso la Nación. Y porque como bien expresó Susana Zemme, nuestra trabajadora incansable, “toda la gente tiene un recuerdo de la Biblioteca… los de antes y los de ahora”.  

‘Donde hay libros, hay cultura’:
Entrevista con Liliana Romero, directora de la Biblioteca Argentina

¿Cuál fue tu primera impresión de la Biblioteca Argentina?

Recuerdo que mi primera impresión fue cuando el director me hizo sentar en su oficina y frente a él había un escritorio que decía “NO TE QUEJES”. Entonces yo me senté y eso fue lo primero que vi. Cuando comencé a trabajar acá, en 1981, la biblioteca más importante de la ciudad era la Biblioteca Argentina. Sinceramente nunca pensé que me iba a quedar tantos años, pero la experiencia fue buenísima. En un primer momento estuve en referencia, que es donde se asesora al público que viene en buscar de algún material que necesita, ese trabajo es muy lindo por el contacto continuo con las personas.

¿Cómo definirías a este lugar?

Es un lugar emblemático para la ciudad. El doctor Juan Álvarez, cuando pensó esta biblioteca, no sólo la ideó para que funcionase como reservorio bibliográfico, sino también para el desarrollo de actividades culturales y eso es lo que estamos tratando de hacer. Tenemos conciertos los viernes y algunos sábados y domingos, hay muestras todos los meses y tratamos de adjuntar siempre alguna otra actividad, como talleres.

¿Siempre soñaste con trabajar en una biblioteca?

Durante mi infancia asistía a una biblioteca que estaba cerca de mi casa, la Biblioteca Vigil. Empecé a frecuentar ese lugar cuando tenía cinco años, así que mi primera experiencia fue en la biblioteca. Yo empecé trabajando acá con una beca, aunque en realidad nunca pensé que iba a estudiar bibliotecología. Primero estudié odontología, pero por problemas económicos, tuve que dejar, y como trabajaba en una biblioteca me puse a estudiar bibliotecología.

Con los años me di cuenta que de chica ya me gustaba, porque yo tenía cuentitos en mi casa y se los prestaba a mis amigos y vecinos y les hacía una pequeña ficha como la que hacían en la Biblioteca Vigil, incluso les hacía firmar y todo eso. Hoy no podría ir a otro lugar, ya estoy acostumbrada a estar acá, siempre rodeada del contacto con los libros.

¿Disminuyó la cantidad de personas que vienen a la biblioteca?

Respecto del público, mermó. Pero tenemos un público cautivo, que es el que viene a las siete de la mañana a estudiar. Hay jóvenes que vienen durante años a la biblioteca y pasan toda su carrera acá. También vienen personas mayores a leer novelas. Nosotros tenemos estanterías de acceso libre, para que el lector pueda acceder a los libros, luego se lo llevan a su casa o lo leen en el salón.

Yo que tengo hijos adolescentes también lucho para que agarren el libro, porque están inmersos en las nuevas tecnologías. No sé si es que formamos parte de otra generación o qué, pero creo que la experiencia que te da el libro, no está en internet.

Al ver fotografías antiguas del lugar, descubrimos que se tratan de mantener algunas estructuras tradicionales.

 Si vas al salón, vas a ver que las estanterías son todas de madera, son originales de la época en que se fundó. Por eso cuando, en el año 89 se hizo todo el edificio nuevo, el salón fue lo único que no se tocó. Además tiene una acústica para conciertos impresionante.

La fachada se restauró toda el año pasado, para los cien años y es la misma pero restaurada. Hubo un equipo de restauración de patrimonio que se ocupó de que todo fuera restaurado sin modificaciones.
 Yo creo que este lugar es, para los rosarinos, un lugar emblemático. Considero que se debe seguir en el intento de que el público vuelva a las bibliotecas, porque donde hay libros hay cultura, por eso, que la gente se acerque a la biblioteca, es hoy nuestro mayor anhelo.


La pelota no se mancha


“Ahí la tiene Maradona, le marcan dos. Pisa la pelota Maradona. Arranca por la derecha, el genio del futbol mundial. Puede tocar para Burruchaga, siempre Maradona. Genio, genio, genio. Tá tá tá... ¡Goooooool! ¡Gooooooo! ¡Quiero llorar, Dios Santo! ¡Viva el fútbol! ¡Golazooooooo! Diegooooooool! Maradona es para llorar, perdónenme. Maradona en recorrida memorable, en la jugada de todos los tiempos, ¡Barrilete cósmico!...

¿De qué planeta viniste?, nos preguntamos todos. ¿Y de qué planeta vino un deporte capaz de movilizar a las masas hasta las lágrimas? No hay palabras para conjugar una respuesta válida a la hora de describir ese ‘algo’ que tiene el fútbol, que nos eriza la piel, no hay manera de explicarlo. Y en este contexto de pasión indescriptible todo límite desaparece, incluso, cuando los protagonistas son los niños.

Lamentable pero cierto es que la  violencia se apodera de muchos de los ámbitos donde transcurre nuestra vida. La casa, la calle, la escuela, la cancha. En el fútbol infantil los gritos de la violencia son cada vez más audibles y lo que preocupa y molesta, es que resurge partido tras partido, de formas y magnitudes diferentes.

Sergio Demarco entiende bien de qué se trata. Es Director técnico desde siempre, además de apasionado por la pelota: “En mi experiencia como técnico del fútbol infantil, observo casos de violencia todo el tiempo y considero que los principales causantes son los padres”, sentenció sin titubeos. Según explicó, las frustraciones del adulto parecen aflorar en el campo de juego, donde se presiona a los menores cual si fueran jugadores de primera.

Y ante este tipo de situaciones, quienes sufren son los chicos. Muy lejos de experimentar una actividad deportiva social e integradora, se paralizan ante la voz autoritaria de padres inescrupulosos que menosprecian a sus propios hijos, cegados por el deseo de ganar. Al respecto, Demarco manifestó que “los chicos no saben si hacerle caso a los técnicos que están encargados de cada grupo o a sus padres”, eso sin mencionar que la diversión propia del juego, es destruida por completo.

Por su parte, el secretario general de la Asociación Rosarina de Fútbol, Mario D’Ascanio, destacó que las denuncias por hechos de violencia física, mermaron con relación a años anteriores y explicó que, de un promedio de 500 partidos por fin de semana, las ocasiones que culminan con golpes de puño, son contadas con los dedos de la mano. No obstante, dijo que “la lucha es siempre con los padres”.

“El progenitor tiene que entender que un chico que juega al futbol infantil, no está jugando en la primera división. Muchos se hacen esa imagen de la criatura y se ilusionan. Además cuando leen de las transferencias, lo que gana uno, lo que gana el otro, se desesperan. Creen que sus hijos ya están capacitados para jugar en la A de algún club reconocido, cuando en realidad tienen entre 8 y diez años”, expresó con cierto aire de necesidad en sus palabras.

La pregunta, entonces, está dirigida a vos. Vos que sos el padre de un pibe que sueña con jugar como Messi o Maradona. Vos que lo observas divertirse como nunca cada vez que sus piernas torpes intentan gambetear una pelota. Vos que sabes cuán lindo puede ser, qué tanto lo pueden disfrutar. Entonces… ¿por qué peleas? ¿Por qué gritás? ¿Nunca te preguntaste que tan profundo es el daño que podes causarle a tu hijo?

Victor Welsh es psicólogo deportivo y su profesión lo mantiene en contacto permanente con situaciones de maltrato psicológico de padres a pequeños futbolistas. Sus palabras estremecen: “El tipo de violencia que más daño causa, es ésta forma que tienen los adultos de tratar a los chicos cuando están adentro de la cancha. Quizás no se dan cuenta, pero cuando los sobre exigen o cuestionan como jugadores, los dejan marcados, no sólo dentro del ámbito deportivo, sino en el resto de su vida”.

En este sentido y como adultos responsables, debemos repensar nuestras actitudes frente a los niños, porque como bien dijo alguna vez Paulo Coelho: “El mundo cambia con tu ejemplo, no con tu opinión”. Tal es así, que las palabras emitidas por Welsh a continuación, terminan por completar una realidad tan penosa como cierta: “Cuando crecen, los chicos se tornan violentos y no porque ellos lo sean, sino que en su afán de apoyar a sus padres y de imitarlos, también agreden”.

Problemas de baja autoestima, miedo de jugar a la pelota, llanto desconsolado y una necesidad imperiosa de que el padre no presencie el partido, son algunas de las marcas que la violencia perpetúa en los menores. Se trata de situaciones sumamente traumáticas para un chico que, finalmente, desiste en su anhelo de hacer deportes. Concientizarnos y concientizar a los demás es la mejor alternativa, por eso, para que el fútbol siga siendo nuestra pasión, ‘la pasión argentina’, antes de gritarle ¡pensá!… hacelo por él.

¡Sonó el silbato!

En el fútbol infantil, quien tiene la patria potestad de detener el partido en el momento que considera oportuno, es el árbitro. Su función dentro de la cancha es fundamental, no sólo por las razones obvias que lo vuelven necesario para el desarrollo del juego, sino para evitar consecuencias no gratas, ante la actitud de una persona peligrosa dentro o fuera de la cancha.

El réferi es un continuo educador. Incansable, debe correr a la par del jugador, premiando su destreza y sancionando actitudes antideportivas y faltas que empobrecen el pleno proceso del partido. Sin embargo, es una persona. “Puede equivocarse de la misma manera que se equivoca un chico cuando tira la pelota afuera, como se equivoca el arquero cuando le convierten un gol porque salió demasiado. Ahora, si porque se equivoca lo vamos a insultar o amenazar estamos perdidos”, fueron las palabras que D’Ascanio pronunció poco antes de finalizada nuestra entrevista.

Minutos después, concluyó al resaltar que en la labor del arbitraje existen situaciones que quedan a criterio del juez del partido y “los criterios varían de una persona a otra”. Por esto, y en pos de construir una sociedad donde el deporte sea la clave para fortalecer el respeto: antes de cuestionar, sepamos comprender.    

ORIGINAL: https://www.facebook.com/LaVozDeLosVecinos?fref=ts

Ver una Voz

 El fútbol, los libros, la ropa, los autos. Las pasiones pueden adoptar miles de formas y rostros diferentes, además de adquirir dimensiones que para muchos, resultan incomprensibles. Se trata de una catarata de sentimientos desprendidos de una única realidad, un amor desmedido que puede ser eterno, o desaparecer en un instante. Y en este mar de pasiones inexplicables resuena también la voz de ellos, los amantes de la música, una expresión profundamente reconocida como el lenguaje del alma.

Es ahí, en el arte entendido como lengua, donde sobrevive la mirada solidaria de dos personas que pretenden compartir la belleza de la música, incluso con aquellos que no la pueden escuchar. Porque sobre un mismo escenario de zambas y chacareras, la canción no sólo subsiste como fuente inagotable de disfrute propio y ajeno, sino que reaviva un gen olvidado, que hoy, más que nunca, merece despertar… Inclusión.

Alberto Merlo canta folclore acompañado de su guitarra y recuerda que su amor por la música inició cuando era tan sólo un niño. Elisabet es profesora en educación especial para sordos e hipoacúsicos y comenzó a interesarse por el lenguaje de señas cuando tenía doce años. Alberto es padre y Elisabet su hija. 



Juntos consolidaron el proyecto “Ver una Voz”, que consiste en la interpretación de canciones folclórica en Lengua de Señas Argentina, para que todas las personas puedan comprender y disfrutar de sus letras. Porque, como bien expresa una frase que ellos rescatan, ‘una persona sorda puede hacer cualquier cosa igual que un oyente, excepto oír’...
                                               
¿Cómo surge esta iniciativa?

Alberto: En algún momento confluimos por varios factores. La Licenciada Tobal, mi esposa y su madre, recibe en su consultorio a personas con realidades de todo tipo y ella fue el disparador. Entonces surgió este proyecto en el cual se trató de seguir con lo que yo hacía, que era cantar folclore, pero en una propuesta más integradora y participativa, hacia un determinado grupo de gente que no podía participar o incluirse.

Elisabet: Se fue consolidando a partir de varias cosas. Recuerdo que el tío de una amiga, que es sordo, en una oportunidad en la que fuimos a ver cantar a su hermano y la gente se paró para aplaudir emocionada, él se preguntaba ¿qué pasó? Eso me quedó muy grabado, el hecho de que ellos se pierden todo lo que el cantante dice y expresa. Entonces aunamos pasiones, él canta y yo hago la interpretación para las personas sordas que estén viendo el espectáculo y para que las personas oyentes que no conozcan el lenguaje de señas, se interesen más por conocer una lengua que es minoritaria.

¿En qué consiste, específicamente, esto de interpretar una canción en lengua de señas?

Alberto: La  propuesta no es solamente artística musical, sino que consiste en un proyecto de información y divulgación de lo que es la Lengua de Señas Argentina. La esencia es interpretar lo que yo canto pero con señas y esto conlleva un trabajo muy importante y muy arduo, principalmente porque la traducción se elabora con muchísimo respeto e intentando que sea fidedigno. No es un castellano señado.

Elisabet: El castellano señado es un capítulo aparte porque muchas veces se hacen canciones en lenguaje de señas, pero no se hacen bien. Se elaboran manteniendo la gramática del castellano y agregándole a eso, señas. Mientras que en realidad, en el lenguaje de señas, primero tenés que situar a la persona en un espacio, antes de hablar del mismo.

¿Cuáles son los objetivos que pretenden lograr a partir de “Ver una Voz”?

Elisabet: Trabajamos para que las personas sordas e hipoacúsica puedan recibir el verdadero mensaje de la canción. Por eso trato las canciones con anticipación, para que no quede una oración en español con lengua de señas encima, sino que el mensaje se transmita directamente en lengua de señas. Así, la persona que no escucha, comprende desde su lengua, los sentimientos que transmite la canción.

Alberto: Principalmente intentamos respetar al autor del tema que estoy cantando. Pero también apuntamos a que la gente vaya conociendo, luego entendiendo y difundiendo la lengua de señas, para que la persona sorda pueda tener una participación más fluida con nosotros y viceversa. Es por eso que este trabajo tiene que ser abordado con el respeto y la responsabilidad que esto implica.

¿Cuál fue la reacción del público frente a una puesta en escena que se plantea diferente?

Elisabet: No es algo muy esperado, porque no todos los días ves una interpretación en lengua de señas arriba de un escenario, entonces la persona sorda se queda asombrada. Hasta el momento, con personas sordas tuvimos pocos encuentros, porque ven a alguien cantando y no se acercan, porque saben que están excluidos de eso. Hemos tenido contacto con tres o cuatro personas sordas que se quedaros muy impactadas y agradecidas y eso se siente.

Alberto: En colectividades tuvimos muy buena respuesta por parte de la gente. Y este año, que nos presentamos en distintos escenarios callejeros de Cosquín, realmente tuvimos un reconocimiento fuera de lo esperado. Y cuando la propuesta encuentra su destinatario en el público, más allá de la gente común, tiene una devolución muy fuerte, muy linda.

Hemos vivido casos puntuales muy emotivos y esto es porque la gente que es sorda, realmente se siente incluida, identificada. A ella alguien le dijo “por fin encuentro con quien comunicarme”. Gente que está viviendo en esa situación y de pronto de halla en el medio, por eso es muy importante toda la previa de lo que después se presenta.

¿Cómo se constituye su repertorio?

Alberto: El repertorio incluye folclore tradicional, toda la era de Los Tucu tucu, Guaraní, Cafrune, Los Chalchaleros, todo ese viejo folclore que habla del amor, hasta de la vida cotidiana. Y en algún momento comencé a escribir, pero no canto lo que escribo, porque para todo uno necesita un momento, madurar. Lo que estamos haciendo con Elisabet es ampliarlo con zambas, chacareras, cuecas.

¿Qué es lo que sigue respecto del futuro de “Ver una Voz”?

Alberto: De Cosquín hemos traído el compromiso de formar una página donde comunicar todo lo que hacemos. Hay muchísimo material para colgar de Cosquín, también de los talleres. Por ejemplo, a fines del año pasado, estuvimos en La Pampa, en el festival de la raíz a la cultura, participando de un conjunto de talleres integrados. También hicimos difusión en Buenos Aires, en algunos colegios y cabe la posibilidad de retomar este año, con inclusión en el Instituto Universitario de Arte.

Este año también queremos incrementar un poco más las actuaciones acá en Rosario. Hemos trabajado muchísimo con la Secretaria de Cultura de Villa Hortensia, zona norte, por una cuestión de distrito. Estuvimos en Colectividades, en Cañada de Gómez, participando de la semana de la bandera. Y todo ese material lo vamos a ir compartiendo y actualizando.

Elisabet: Y ahora también comenzando un proyecto a partir de la creación de un DVD, para repartir en las escuelas, que incluya canciones de folclore para niños con su respectiva interpretación en lenguaje de señas para sordos. Eso lo estamos comenzando este año.

¿Qué implica para ustedes el trabajar juntos, como padre e hija?

 Alberto: Trabajar con  Elisabet es distinto, porque son distintas las edades, distintas opiniones y distinta la forma en que nos movemos. Es hermoso. Más allá de todo es hermoso y sumamente emotivo. Las primeras actuaciones me temblaba la voz, tenía miedo de olvidarme las letras, necesitaba tenerlas allí en el atril, porque era todo muy fuerte. De pronto me encontré con ella en un escenario en el que siempre había estado solo, resolviendo todo mano a mano con la gente, y no pensé que eso podía suceder.

Poco a poco fui aprendiendo a canalizar esa emoción en la energía que necesita esto. Y disfruto muchísimo porque eso nos invita a pasar más tiempo juntos, a seguir discrepando en otros ámbitos. Es maravilloso y muy emocionante.

Elisabet: Se trata de comprometerse, es muy gratificante y además está bueno sentirse acompañado porque el trabajo del intérprete por lo general es solitario y en mi caso no es así. Decir, los dos llevamos la misma bandera, los dos apuntamos a lo mismo y estamos acá por un mismo objetivo. Y más con mi papá con quien tengo un lazo que es para siempre.

Alberto: Y quiero destacar, más allá de que soy el papá, la interpretación de Elisabet. Desde lo gestual, desde lo carismático, se resume en pocas palabras: pasión y amor por lo que hace. Porque esto no es repetir un acto en cada interpretación, ella no repite, sino que hace una interpretación distinta para cada vez. Única e irrepetible porque la gente sorda lo merece. Y eso es lo que más llega e impacta, porque lo perciben, lo viven. Lo que ella hace, es formidable…


NOTA ORIGINAL: https://www.facebook.com/LaVozDeLosVecinos?ref=hl

El ex concejal, Fernando Rosúa, en su nueva faceta como conductor de televisión: ‘Distrito Cero’


El referente de Movimiento Evita expresó su satisfacción frente a la nueva experiencia que se propuso encarar. El proyecto televisivo será emitido todos los jueves, a las 22.30, por el canal 4 de Cablehogar e intenta reproducir las realidades más crudas de la ciudad. También habló de la inseguridad  como tema vigente y otras problemáticas sociales.


Abogado, docente, concejal, experto en seguridad y militante. Parecen demasiados calificativos para una sola persona;  para Fernando Rosúa, todavía son escasos. Apasionado de la política y fervoroso referente del Movimiento Evita, El Chino no tiene límites a la hora de incursionar en nuevas experiencias laborales, y para fines de este 2012, se traía otro as bajo la manga.                      
                                                                         
“Distrito Cero” es una propuesta de la Fundación Igualar, que tiene como objetivo primordial, dar a conocer situaciones de la ciudad que en otros ámbitos son ignoradas. Como su nombre lo indica, se trabaja en pos de visibilizar cuestiones relativas a un “no lugar”, historias de la ciudad que el común de la gente desconoce y que se encuentran alejadas de la intervención del Estado. En este contexto, Fernando Rosúa se alza como el conductor y protagonista de un proyecto que se perfila tan novedoso, como interesante.

Bajo el slogan de “no lo busques en el mapa”, el edil explicó la importancia de  exponer problemáticas desconocidas o de magnitudes que exceden lo imaginable. “Vamos encontrando permanentemente, cosas que realmente nos conmueven y que, como militantes políticos, nos obligan a buscar respuestas y soluciones”, expresó sin titubeos. Poco después agregó que “la repercusión fue muy buena” y determinó que considera al programa como un espacio necesario para la comunicación y en aras  de contribuir a la sociedad.

Respecto del papel que consuma en el proyecto, se mostró entusiasmado ante esta nueva posibilidad. Expresó que le gusta mucho hablar con la gente y dijo estar sorprendido ante la reacción de las personas frente a la presencia de las cámaras: “Te abren su casa y te cuentan su vida, es algo muy fuerte y totalmente diferente a la experiencia política”, sintetizó. Poco después remitió a algunos de los contenidos de “Distrito Cero”: falta de agua, viviendas precarias en la vera de las vías y situaciones de discriminación y marginalidad a la comunidad trans, entre otros. Casos certeros que, sin duda, merecen la difusión.   
  
De inseguridad y otras yerbas

Frente a una realidad que se hace eco en boca de muchos, el ex concejal aportó su punto de vista en referencia a los cambios que considera necesarios para contrarrestar la ola delictiva. “Lo primero que necesitamos es tener las herramientas del Estado idóneas: Justicia y policía adecuadas”, determinó. Sobre la fuerza policial, manifestó que se debe apuntar a un esquema descentralizado, donde funcione una policía judicial, una preventiva para las ciudades de Rosario y Santa Fe, y un tercer cuerpo destinado a garantizar la seguridad en el resto de la provincia. “La policía actual es imposible de conducir”, sentenció. 

Al momento de tratar la cuestión de la diferencia de clases, Rosúa aseveró que “se necesita atacar cuestiones estructurales que generan toda una cantidad de gente marginada”. Habló de igualar a las clases sociales, a fin de que el sector mas desprotegido “pueda construir e imaginar un futuro”. El referente político señaló al trabajo y la educación, como las bases esenciales del cambio y aseguró: “La brecha social en Rosario es muy grande y permite el desarrollo de organizaciones delictivas”. 

En una entrevista exclusiva para La Voz de los Vecinos, el especialista en seguridad remitió también a la posibilidad de llevar adelante una línea regulatoria por parte del Estado, en materia de drogas. Afirmó que el proyecto prohibicionista imperante en América Latina, sólo posibilita más mercados ilegales. Sobre los temas de agenda que considera pendientes, resumió: “Rosario requiere una fuerte inversión tanto en materia de infraestructura y servicios, como en educación y procesos de inserción laboral”.

Para finalizar, El Chino habló de cambios radicales, un “shock de infraestructura” que, según augura, podría finalizarse en un plazo de alrededor de ocho años. “Muchas personas cuentan con todos los servicios, pero muchas otras no tienen nada”, se lamentó. Dijo además que en la ciudad habitan 30 mil familias en villas de emergencia y habló de instalar una fuerte política para la infancia y la juventud, que urge a todos los hijos de familias ausentes por motivos de salud, educación, trabajo o cultura. 

NOTA ORIGINAL: https://www.facebook.com/LaVozDeLosVecinos?ref=hl

Trabajar en el cementerio, esa es la cuestión

La vida como la muerte, son dos cuestiones incapaces de ser disociadas de la realidad humana.  Ambas forman parte de la esencia de las personas y son un misterio inexplicable: uno táctil y palpable, reconocible pero nunca determinable; el otro completamente desconocido. La única certeza de la vida es la llegada de la muerte. Lo que resta, es poder asimilarla, sobrellevarla y aceptarla con todo y el dolor que representa.


La cultura occidental se caracteriza por cumplir con una serie de ritos funerarios que, sostenidos en el tiempo, tienen la finalidad de preservar el equilibrio individual y social de los vivos. Los velatorios, la conservación del luto y el tiempo de duelo, constituyen  el momento previo a la despedida definitiva acontecida en el cementerio. Y es en ese espacio particular, donde cientos de trabajadores coexisten a diario con la sombra de la muerte. ¿Qué sienten al respecto? ¿Cuáles son sus experiencias laborales y cómo influye la actividad en su inserción social?

De acuerdo a un informe propiciado por Patricia Inmaculado, Subdirectora de Crematorio del cementerio ´La Piedad´, los difuntos han sido transformados por el común de la gente, en seres ajenos a la vida cotidiana. Forman parte de una dimensión lejana y extraña que se contrapone con la vida y que tiene por consecuencia la angustia incontenible, acompañada de frustración y temor a lo desconocido. En este contexto, los cementerios son percibidos como lugares cerrados, lúgubres y en el imaginario de la sociedad su existencia pierde valor, por lo que la discriminación recae sobre los trabajadores de los mismos.

La dificultad que afrontan los trabajadores de los cementerios, al momento de insertarse en los diferentes ámbitos sociales, se ve reflejada en el hacer de todos los días. Según el documento, quienes se vinculan laboralmente con el cementerio, atraviesan situaciones similares en varios aspectos de sus vidas. En reuniones sociales, por ejemplo, raramente invocan al cementerio como lugar de trabajo, a fin de evitar bromas y expresiones no agradables al respecto. A esto se suman las preguntas constantes sobre qué tareas desempeñan y el hecho de ser los primeros receptores de todas las angustias y temores de familiares y allegados al fallecido.

Por si ello fuera poco, sus familias también se ven afectadas por una sociedad que no concibe como natural, algo tan propio de la vida, como es la muerte. Las esposas de muchos de los hombres del cementerio, se limitan a describir a sus maridos como meros servidores municipales y los hijos sufren a diario, comentarios de mal gusto por parte de sus compañeros.

Muy a pesar de esto, los contra que puede presentar una realidad laboral por el estilo, se contraponen con frecuencia a un lado positivo que dota a los empleados de cementerios, de una sensibilidad particular. “Es como cualquier otra repartición, nada más que se trabaja con el sentimiento”, fueron las palabras del Director de ´La Piedad´, Juan Valiente. El directivo explicó que los empleados deben resguardar el final de la vida y ello implica “saber tratar a la gente y ponerse en el lugar de dolor en el que se encuentran”.

En dialogo con ‘La Voz de los Vecinos’,  la autoridad enunció que trata siempre de “hacer una coraza” para que sus sentimientos no interfieran en sus responsabilidades. Manifestó que la mayoría de los trabajadores, tienen familia sepultada en el lugar y que las leyes son muy frías ante cuestiones como la falta de pago, de tasa o de arrendamiento. En esos casos, el desalojo es inevitable y según Valiente, explicar a los familiares el porqué de la acción es muy difícil. “A veces veo a la gente de lejos y es como si yo fuera uno más, que lleva flores para los cumpleaños, para el día del padre o de la madre. Es un ida y vuelta, donde todos hacemos lo mismo porque también tenemos familiares sepultados”, expresó como suspirando lo inentendible.

Respecto del trato con los familiares y contribuyentes, Valiente expresó que en ocasiones, la gente inmersa en el sufrimiento plantea exigencias irreales: “En esos momentos uno tiene que escuchar a las personas sin discutir, sin llevarles la contra, porque las sacas de su eje y cuando llegan acá están muy dolidas”, reveló. Poco después, agregó que ´La Piedad’ tiene un solar de 700 sepulturas para angelitos (niños) y que lo peor del proceso recae sobre los sepultureros, ya que el resto de los trabajadores se adapta a la tarea diaria con mayor facilidad. 

Historias sin sepultura

Eduardo Visconti trabaja como sepulturero de ‘La Piedad’ hace 24 años y es dueño de una memoria cargada de historias. Llegó a estas tierras sagradas  allá por 1986 y si bien reconoció que al principio le fue difícil adaptarse, el tiempo le enseñó a formar parte de un lugar que él describe como “oscuro, pero tenebroso únicamente para quienes tienen miedo”. 

La tarea del enterrador no es nada sencilla. Debe ocuparse de inhumaciones, traslados, entierros y exhumaciones si el deceso es consecuencia de un homicidio. “Cuando se produce una muerte violenta, hay que esperar hasta que el juez dictamine la exhumación y la autopsia y uno está en contacto permanente con el cuerpo”, explicó Visconti con certera experiencia. Para él setrata de un trabajo como cualquier otro, forma parte de su identidad y es una realidad que ha procesado e incorporado naturalmente. Para el personal más reciente, se torna sumamente complicado.

‘La Piedad ´cuenta con dos cuadrillas de sepultureros que rotan entre los turnos de la mañana y de la tarde. Visconti es uno de los empleados de mayor antigüedad y según explicó, la urgencia y la necesidad “te llevan a tomar a fierro caliente lo que sea”. Respecto de la postura de su familia, dijo que lo entienden como cualquier otro cargo municipal y agregó: “Si lo ven bien a uno la familia también está bien”. Sin embargo, no evitó recordar entre risas, los chistes típicos que lo vuelven protagonista en las reuniones familiares: “Cuidado que éste prepara todo y te lleva”, suelen decirle sus amigos.

El cementerio se configura así, como un lugar místico, sede de almas que según la creencia popular, descansan sólo si sus asuntos en vida fueron resueltos. De lo contrario, vagan en busca de consuelo. Ante el terror que muchos asumen, les produce el cementerio, Visconti enunció que “las personas temen porque están en deuda con alguien” y explicó son numerosos los restos que nunca son visitados. “Hoy los que más asisten son las personas grandes, porque todo evoluciona. Por eso también se está usando mucho más el crematorio que simplifica mucho la situación”, aseguró.

Sobre robos y hurtos

La problemática de los robos y hurtos acontecidos en ‘La Piedad’, generó debates interminables respecto de la necesidad de que se tomen cartas en el asunto. En este contexto, tanto el director del establecimiento, como los empleados, señalaron la incorporación de personal de seguridad privada, además de la presencia policial continua en ambos turnos. A esto, se suman la figura de un efectivo policial que custodia durante la noche y la instalación de cinco cámaras de seguridad que monitorean el cementerio las 24 horas del día.

Tal es así, que ante una situación que arremete contra la sociedad tanto a nivel local como nacional y frente a las exigencias de familiares e interesados, desde ‘La Piedad’ se llevan adelante todas las medidas a su alcance. Según explicó Visconti a ’La Voz de los Vecinos’, se encuentra a disposición del usuario un libro de quejas donde pueden asentarse todos los reclamos y disconformidades. A posteriori, la nota firmada es elevada a la dirección general que trata de apuntar a una solución definitiva.

“La muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo. La vida sí que nos los roba muchas veces y definitivamente”… François Mauriac, escritor francés (1905 – 1970)
                  





Ganas de Vivir


Los adultos mayores del Centro de Jubilados ‘Alas de Vivir’, realizaron una presentación que combinó el arte de actuar con las más diversas expresiones literarias. Fue el pasado 14 de octubre y contó con la presencia de vecinos y aledaños. 


El tiempo transcurre, e indefectiblemente, la vida pasa. En tu memoria sobreviven los recuerdos más hermosos, la prueba viviente de que fuiste feliz, eso que no pueden arrebatarte. Persisten también las marcas del dolor, cicatrices indelebles que se aferran a lo profundo de tu alma y claman un lugar en tu pasado, en tu presente. Hoy te llaman abuelo, pero la belleza de tus arrugas reviste una juventud que para vos es eterna, porque lejos de sentirte agobiado por el paso de los años, se refleja en tus actos la edad de tu corazón.

Los adultos mayores del Centro de Jubilados ‘Alas de Vivir’, son una muestra ferviente de que los años pasan rápido sólo para aquellos que quieren envejecer. Los demás, se dedican a vivir. Partícipes de los talleres de teatro y literatura, elegidos en el seno del presupuesto participativo del CMD Oeste, los abuelos  presentaron el pasado 14 de octubre, su primera exposición artística. La propuesta se llevó a cabo en el club Provincias Unidas y combinó la magia del teatro con la sensibilidad de las más diversas expresiones literarias, forjando lágrimas y aplausos en todos los presentes.



El encuentro comenzó pasadas las 17 con una emotiva bienvenida a cargo de los profesores de teatro, Alejandro Panzerini y Daniel Carballido, quienes invitaron a sumarse, siempre en pos de una construcción colectiva. Al tiempo se respiraba en el aire el nerviosismo, pero también la emoción incontenible de ellos, los nuevos actores y escritores de la obra, pero antiguos hacedores de la identidad de todo un barrio. Por su parte y en un rincón de la sala, permanecía sereno Carlos Bagnatto, profesor de literatura y precursor de todo lo que estaba aconteciendo. El taller literario iniciado en 2011, había sido el incentivo, la motivación para dar inicio a las clases de teatro. La mirada de Bagnatto, reflejaba la plenitud del deseo realizado.


 “Este es un lugar donde ellos pueden transmitir todo lo que saben, descubrir su bagaje y poder decirlo y hacerlo. Ese es el beneficio”, expresó Panzerini respecto de Las bondades de actuar y escribir. Minutos después, agregó que en esta etapa de la vida muchas veces predomina la soledad, por lo que, espacios como éste son fundamentales porque “generan grupos, compañerismo y encuentro”. Y bajo esos preceptos transcurrió la tarde: Expresar, hacer, aprender y seguir haciendo.

Los abuelos desfilaron unos y otros sobre un escenario improvisado, pero con la misma belleza y furia de las tablas del Colón. Entre lecturas y actuaciones vigorosas, zigzaguearon entre la risa y el llanto, manipulando las emociones de la audiencia, como si toda su vida hubiese transcurrido entre bambalinas. “Es algo que tenía guardado muy adentro, desde muy chiquita, por mis ancestros y por parte de mi mamá que le gustaba mucho el teatro. Soy feliz porque esto es un sueño”, fueron las palabras certeras de Nora Pinzone. De perfil bajo y aparente personalidad introvertida, fue una de las grandes estrellas de la tarde. Escritora sobresaliente y dramaturga destacada, su actuación fue la frutilla del postre y la que arrasó con todos los aplausos.


El evento transcurrió bragado de un público partícipe y activo. Se interpretaron tres obras teatrales de las cuales dos eran creación de las integrantes de ambos talleres: “El Deschabe” (por Margarita González) y “La Abuela” (por Rosalía Escobar). Ambas producciones fueron causales de diversión ininterrumpida, tal vez por las agraciadas gesticulaciones y ademanes de los actores, quizá porque más de uno se sintió identificado con las historias. A modo de intervalo, entre una y otra actuación, los protagonistas recitaron textos y poemas propios, producto del trabajo del año y consecuencia del gran esmero y responsabilidad que implica formar parte de algo.


Una vez concluido el espectáculo, el denominador común que caracterizó a LA VOZ de los profesores fue ´maravilloso´. Tanto Panzerini, como Bagnatto y Carballido, supieron describir una experiencia única e inolvidable. “Estoy lleno de emociones y de un montón de cosas muy positivas, es algo que te hace ver que vale la pena hacerlo. Son personas muy talentosas, humildes y muy generosas con lo que tienen, es fantástico”, expresó Carlos con lágrimas en los ojos. Casi al unísono, Daniel recordó el frío de los ensayos, la persistencia, el esfuerzo…“Valió la pena”, esbozó en un suspiro de alivio y compleción. Alejandro, por su parte, reafirmó la buena predisposición de los abuelos, así como de los espectadores, muchos de ellos miembros de otros talleres, que se hicieron presentes esa  tarde: “Se nota que hay otra humanidad dando vueltas por estos lugares y está fabuloso”.


En este contexto, la directora del Distrito oeste, Marisa Palazzo, dijo estar “realmente sorprendida por la calidad del espectáculo”. Expresó que producciones como ésta la motivan a seguir trabajando y auguró la posibilidad de que el proyecto no se limite únicamente a ‘Alas de Vivir’, sino se reproduzca por todos los rincones del distrito, apostando al compromiso y participación de los vecinos. “Se notó como disfrutaba cada persona arriba del escenario y esto es lo valioso, así que me voy con una experiencia muy rica”, dijo complacida.


Y fue así como la simple participación en un taller de teatro, se convirtió en algo grande, importante para propios y ajenos. Los abuelos de la zona oeste de Rosario, demostraron que tienen sueños, anhelos y ganas de florecer en este momento calmo de sus vidas. Demostraron que tienen mucho por decir, pero también por aprender y que hoy, más que nunca, se sujetan a la vida con más ganas. Al respecto, Ana Mansinelli, generadora de una labor de hormiga en pos de incentivar a sus pares y conectora entre el Distrito y ‘Alas de Vivir’, aseguró que siente una enorme gratificación. “No hay que temer a la participación porque todo, tiene un sentido”, expresó, de seguro, pensando en lo próximo por hacer.


Centro de Jubilados “Alas de Vivir”. Cochabamba 6673, junto al Club Juventud Provincias Unidas. Rosario.


NOTA ORIGINAL EN: https://www.facebook.com/LaVozDeLosVecinos?ref=hl



martes, 15 de enero de 2013

Irar: rehabilitación que debilita

Se lo reconoce bajo la denominación de Instituto de Rehabilitación del adolescente Rosario y es una institución que, en los papeles, tiene por objetivo recuperar y reeducar al número creciente de menores que incurren en la delincuencia. En este sentido, se trata de un espacio gestado bajo criterios constitucionales, normas que se instauran para garantizar los derechos y obligaciones del ciudadano, siempre en pos de construir una sociedad más igualitaria. Sin embargo, y lejos de enaltecer los preceptos bajo los cuales fue concebido, el Irar se consolida como instrumento irrefutable de un sistema represor que, día tras día, genera nuevos dispositivos transgresores.

La humanidad toda fue protagonista de luchas interminables. Batallas que tuvieron por consecuencia el origen y reconocimiento de leyes nacionales e internacionales, para la preservación de los derechos del niño y del adolescente. Dichas normativas decretan que los niños no deben estar encarcelados y definen a éste como un recurso excepcional, a implementarse sólo ante situaciones de extrema gravedad y cuando otras medidas alternativas hubieran fracasado. En este contexto, es lamentable descubrir una realidad que lastima: el Irar, es una cárcel.

Entre los muros impenetrables del establecimiento, conviven adolescentes sin distinción de edad, ni grado delictivo. No interesa si el interno robó una cartera o terminó con la vida de otra persona, no existe diferenciación alguna. Se observa entonces, una cárcel sin ningún tipo de eufemismos, con menores encerrados por pabellones, personal del servicio penitenciario manipulando celdas y guardia perimetral en el exterior del edificio. ¿Acaso no es este el mismo sistema carcelario de un penal para adultos? Entendidos confirman lo que es triste, pero real.

Por otra parte, las instalaciones siquiera logran satisfacer las necesidades básicas de los internos y las condiciones de vida del lugar son nefastas. Son ellos, los mismos que alguna vez caminaron descalzos en busca de una moneda, los que allí gozan de habitaciones sutilmente llamadas “celdas individuales”, con camas de material y una letrina que carece de agua potable. Como meses atrás hubiera pronunciado la jueza de menores nº 1, María del Carmen Musa, ante la inminente clausura de algunos sectores: “En el afuera no se respira ese mal olor crónico y tan persistente”.

Como complemento a lo anterior, los baños tampoco se encuentran en condiciones. Por la carencia de agua, no existe un grifo que puedan abrir y acceder a ella, sino que se ven obligados a llamar a gritos a los acompañantes, en pos de que les abran las canillas y regulen el agua (tampoco cuentan con una perilla para regular la temperatura). En este sentido, son los civiles quienes aspiran cubrir la demanda, trasladándose de un lugar a otro con baldes cargados del líquido.

Por si esto fuera poco, la violencia es la lógica que se adopta para tratar a los menores. La psicóloga, Julieta Santa Cruz, fue tallerista del Irar durante casi dos años y testigo directo de la metodología de control y castigo, respetada a rajatabla por el servicio penitenciario. “La ternura, la debilidad, ese tipo de cosas ahí adentro no garpan”, expresó con una dosis de dolor entremezclada con bronca. Minutos después agregó: “Si sos así vas a lavar la ropa, los penitenciarios te van a pegar, tus compañeros te van a robar, porque se manejan con un no código que es el que fomenta la misma Institución”, sentenció.

Civiles, acompañantes y talleristas, conocen los escenarios del edificio mejor que nadie. Tanto Santa Cruz, como algunas voces que prefirieron conservar el anonimato, supieron describir situaciones donde son los uniformados quienes fomentan riñas y pelean entre los menores. A la espera de entretenimiento, presionan hasta desatar el caos, y una vez instalado el conflicto, intervienen mediante golpizas y malos tratos. 

En este contexto, donde la violencia es la principal protagonista, surge un ejemplo que evidencia cuan diferente es lo que pasa, de la versión oficial: A mediados del pasado 2012, se instaló un problema a partir del ingreso de un paquete que, al parecer, contenía drogas. Ante la situación, el servicio penitenciario resolvió que interviniesen las Tropas de Operaciones Especiales (TOE), de manera tal que accionasen de la misma forma en que se procedería en un penal para adultos. “Son como robocops súper armados y cargados con gases lacrimógenos y demás elementos que fomentan la violencia”, describió Santa Cruz antes de concluir que “el servicio penitenciario es realmente deplorable”.

Además de lo expuesto, cabe destacar que dentro del Irar se reproducen los mismos escenarios marginales que los menores vivencian en el exterior. Partiendo de una base que los desafilia del resto de la sociedad, los internos desconocen de normas de convivencia, respeto y consideración por el otro. Sin embargo, allí donde el Instituto debiera intervenir como fuente educacional, se limita por el contrario, a permitir que ocurran dentro del lugar, las mismas bajezas que afuera: disputas entre bandas, robos y golpes de puños, son sólo algunos de los ejemplos.

Sin demasiado que agregar, es imposible cerrar este argumento, sin antes dejar en claro el desinterés de las autoridades del correccional, respecto de la educación. Según confirmaron docentes y acompañantes, las sospechas son ciertas. De un promedio de cincuenta jóvenes apresados, sólo siete de ellos asisten a clase. La pregunta es, ¿la educación en la República Argentina no es obligatoria? Si bien el Irar es una medida socioeducativa en los documentos, la realidad es otra. Tal vez allí la escuela no sea inexcusable, o quizá los oficiales decidan que los chicos, no deben salir…

A modo de conclusión, sólo queda por resolver que la Institución propiamente dicha, es lamentable. Contrario a concretar las finalidades para las que fue pensado, el Instituto de Rehabilitación del Adolescente, se erige como otro de los tantos mecanismos aprovechados para potenciar las desigualdades sociales. Hijo de un sistema cuya historia es marcada a fuego por la lucha de clases, mantiene un perfil donde el abuso de poder es la herramienta que acciona siempre en pos de abolir cualquier posibilidad de inclusión, cualquier escape a una vida mejor. Sólo resta imaginar, que algún día, lo positivo borrará las cicatrices profundas, instaladas por lo malo. 


Fuentes: 
  • Julieta Santa Cruz: Psicóloga y tallerista del Irar.
  • Natalia Tricheri: Ex directora y actual coordinadora del Irar.
  • Fernando Rosúa: Ex director del servicio penitenciario Rosario y experto en materia de seguridad. 
  • Nota Página12.
  • Nota El ciudadano y la gente. 
Informe Hipermedial