viernes, 21 de marzo de 2014

Cáncer de cuello del útero: El enemigo silencioso

Se trata de una enfermedad frecuentemente asintomática que afecta a mujeres jóvenes y en edad reproductiva. Es el segundo tipo de cáncer más habitual en la mujer y tiene cura, siempre y cuando la situación se detecte a tiempo. En pos de responsabilidad y conciencia sobre nuestra propia salud…
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En el sistema social argentino, como en tantos otros, existe la creencia de que la mujer es el bastión fundamental de toda familia. Primero madre, después ama de casa y esposa, y en la actualidad libre e independiente. Es ella la que se instala frente al mundo como una especie extraña de súper humano, capaz de hacer mil cosas a la vez  y de una  forma tan resolutiva como eficiente. ¿Qué sería del mundo si las damas no existieran? La respuesta es incierta, pero la realidad es que son tan imprescindibles para el resto, que a veces, olvidan cuidar de ellas mismas.


La Organización Mundial de la Salud determina que el cáncer del cuello uterino es el segundo tipo de cáncer más frecuente en la mujer. Tal es así, que más del 80% de las muertes por esta causa, se registran hoy en países de bajos ingresos donde prácticamente no hay acceso a la detección y tratamiento de dicha enfermedad. En Argentina, todos los ciudadanos tienen acceso a la salud pública, sin embargo, alrededor del 45% de las mujeres del país, no acuden regularmente a sus consultas ginecológicas. 
            
Al respecto, la doctora Carina Molinelli (ginecóloga), explicó que el cáncer del cuello uterino, también conocido como cáncer de cérvix, afecta con mayor frecuencia a mujeres jóvenes y en edad reproductiva. “En la mayoría de los casos, es causado por el Virus del papiloma humano (HPV). Existen 64 tipos de HPV, algunos producen condilomas y verrugas genitales, mientras que los tipos 18 y 16 específicamente, se encuentran asociados al cáncer de cérvix”, expresó.

En este contexto, vale destacar que existen estadíos previos, lesiones asintomáticas que surgen mucho antes de la aparición del cáncer y que sirven como alerta, para evitar males aún peores. Reconocidas como Neoplasias Cervicales Intraepiteliales (CIN), en algunas oportunidades se retrotraen espontáneamente, aunque en gran mayoría de los casos, evolucionan con el paso del tiempo y si no se tratan terminan por convertirse en carcinomas. De acuerdo con el grado de evolución que presenten, pueden clasificarse en CIN 1, CIN 2 o CIN 3 y hoy también se los clasifica como CIN de bajo o alto grado.

La pregunta es, ¿cómo detectarlos? La respuesta es simple y la solución es una: Papanicolaou. Hoy en día, la necesidad de que la mujer tome conciencia sobre el cuidado de su propio cuerpo, es imperiosa. “El cáncer de cérvix sólo se puede prevenir mediante la realización de los estudios ginecológicos anuales y las vacunas contra el virus del HPV, incorporadas al calendario de vacunación obligatorio”, enunció Molinelli. Poco después destacó la existencia de dos vacunas, “una es cuadrivalente y cubre cuatro virus, mientras que la otra que es bivalente y tiene por finalidad evitar el cáncer”.

Sobre los tratamientos utilizados para combatir la enfermedad, la especialista recalcó que dependerán del estado en el que se encuentre la paciente y de cuán avanzada se sea la situación: “Si se detecta un CIN  de grado 1 o 2, el procedimiento más común es una cirugía en la que se extrae una porción del cuello del útero, que luego servirá como diagnóstica y terapéutica. A partir de allí el médico determinará si su dictamen es correcto o el problema es más profundo y requiere, por ejemplo, una histerectomía”.

Tal es la magnitud de una problemática que se extiende en mujeres de entre 30 y 40 años, que es imposible olvidar a aquellas que la padecen estando embarazadas. De acuerdo a lo expuesto por Molinelli, “siempre se aspira tratar a la mujer”. “Si su embarazo no llegó a cumplir los tres meses y tiene que someterse a tratamientos por radiación, por lo general se producen abortos espontáneos. Si la madre está de 6 meses, se trata de esperar a que el bebé nazca, para luego comenzar con el proceso”, determinó.

En conclusión, el sangrado, las secreciones vaginales y el dolor durante las relaciones sexuales, son algunos de los indicadores que te pueden estar diciendo que algo anda mal. Sin embargo, no te que olvides de que el cáncer de cérvix es, generalmente, un enemigo silencioso que ataca sin presentar ningún síntoma evidente. Como bien se resaltó a lo largo de esta nota, es primordial que te realices estudios ginecológicos de forma anual y constante. ¿O te vas a morir por levantar el teléfono y sacar un turno? Animate, hacer algo por vos, es también hacerlo por los que amas.




En primera persona: el caso de Adriana Gauna

“…Me hacía los controles todos los años, como siempre. Tenía puesto el DIU y mi vida era normal, construyendo mi casa, levantándola de a poco, con mi marido y mis dos hijos, Claudio y Facundo. Hasta que un día algo que no esperaba me atravesó con fuerza, algo salió mal. 

En uno de esos controles me pidieron realizarme una ecografía y por alguna razón, el DIU no estaba. En teoría lo había perdido, aunque eso era imposible, algo pasaba. Revisaron por todos lados, me mandaron una ecografía intravaginal y encontraron que el anticonceptivo se me había incrustado en una de las paredes del útero. Con los resultados del estudio en mano, regresé donde mi ginecóloga para retirar el elemento. Ella lo sacó y me ordenó un estudio y una biopsia. Fue ahí, donde empecé a vivir uno de los momentos más difíciles de mi vida, fue ahí donde el dolor y el miedo se aferraron a mi alma y se quedaron por un tiempo, demasiado largo para mi gusto. 

Los doctores descubrieron que tenía un CIN de tercer grado, importante, avanzado. Me hicieron nuevos estudios, más para completar la pila eterna que me escribía pesadillas al costado de la cama. La solución que me ofrecieron era una cirugía láser, con anestesia local, que secundaba todos los raspajes inútiles hasta el momento. Después de la primera operación salí del quirófano con la mente renovaba. Me habían quitado cerca de cuatro porciones de útero, porciones lesionadas del tamaño de aceitunas, pero quería pensar que pronto todo volvería a ser como antes.

Regresé a los pocos días, en busca de un control y los resultados pos operatorios. Ingresé al consultorio y la doctora no los tenía consigo; estaban abajo, en mesa de entrada. Baje a buscar el sobre y ante la curiosidad, lo abrí. Me recuerdo subiendo las escaleras del Sanatorio Delta, mientras leía la noticia más triste que podían haberme dado en ese momento. No había CIN, ya no lo tenía, de ninguna clase. Ahora, arraigado en lo profundo de mi cuerpo, se encontraba un carcinoma in situ…tenía cáncer.

Cuando arribé en el consultorio por segunda vez, la médica me estaba esperando con la puerta abierta. La miré a los ojos, desesperada y le pregunté: ‘¿Qué estás haciendo conmigo? Me arrancaste partes de mi cuerpo, me sacaste plata, me robaste tiempo e hiciste que viviera el dolor en carne viva’. Le dije que estaba jugando, le expliqué que si yo faltaba, mi marido podía encontrar otra mujer, que lo cuide y que lo ame. ¿Pero mis hijos? Mis hijos se quedaban sin mamá y eran ellos los que iban a sufrir. Ella no se daba cuenta de lo que estaba haciendo.

Me enojé tanto con esa mujer que el miedo y el dolor se confundían con el odio, la ira, la pérdida de esperanzas. Antes de todo, le había pedido que me vaciara, no quería renegar. Ella no quiso, dijo que era una mujer joven, que podía separarme, encontrar otra pareja, tener más hijos. Yo ya tenía a mis hijos y por su culpa podían salir lastimados. Decidió por mí y todo estaba saliendo mal. 

Le dije muchas cosas y me fui. Ese día estaba sola, destruida. Me acuerdo de mí en el estacionamiento, encerrada en el auto sin poder parar de llorar. El dolor era enorme y sentí que no podría manejarlo. Después lo llamé a Fabián, mi marido. Le conté que tenía cáncer y vino a buscarme. Trató de calmarme, firme como siempre, pero no lograba comprender que mi miedo no era yo, no era por mi vida, no me importaba si me abrían al medio, si me cortaban y me sacaban todo, no me interesaba. Mi miedo eran los chicos.

Después de eso, me tranquilicé y volví al sanatorio. La ginecóloga me prometió que si la segunda intervención no eliminaba por completo el carcinoma, me iba a vaciar y la única condición era que yo firmara un papel donde me hacía responsable por la decisión. Quería firmar ahí, ya, en ese momento, pero no fue necesario.

Cuando me estaban operando, la segunda vez, tenían que ponerme cerca de diez dosis de anestesia. Necesité sólo una. Ya no sentía dolor, no sentía nada, quería que terminen y lo único que me importaba y en lo que pensaba, era en mis hijos. Me retiraron algunos tumores más grandes que la primera vez, del tamaño de nueces, era más cantidad también. A partir de entonces y desde hace tres años, los estudios me dan siempre negativo, aunque rigurosamente, cada seis meses y  sin chistar, me someto una vez más a la serie de estudios que alguna vez me salvó la vida.

En teoría, lo que me pasó fue porque el DIU se me incrustó en el útero por una mala fuerza que hice y por mi experiencia, yo no lo recomiendo. Lo que sí quiero  decirles a todas las mujeres que pasan por situaciones similares, es que se apoyen siempre en sus familias, de ahí yo saqué la fuerza. A las demás, por favor, no dejen nunca de hacerse los controles…” 

¿QUÉ ES EL PAPANICOLAOU?
¡VACUNÁ A TU HIJA YA!

1 comentario:

  1. En teoría, lo que me pasó fue porque el DIU se me incrustó en el útero por una mala fuerza que hice y por mi experiencia, yo no lo recomiendo. Lo que sí quiero decirles a todas las mujeres que pasan por situaciones similares, es que se apoyen siempre en sus familias, de ahí yo saqué la fuerza. A las demás, por favor, no dejen nunca de hacerse los controles…” https://reclamajusticia.es/que-fue-el-imperio-bizantino/

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