viernes, 21 de marzo de 2014

¡Grita Fuego!

La actividad del bombero voluntario es un servicio público regulado por la Ley número 12.969. Actualmente, se sostiene con el aporte de vecinos y diferentes entidades públicas y privadas, representativas de la ciudad. La tarea del bombero es una responsabilidad, pero también una pasión desmesurada por ayudar al otro, contribuir a la sociedad y salvar vidas.


En algún rincón de la Boca, allá por 1884, un inmigrante italiano reconocido como Tomás Liberti, combatió junto a sus vecinos un incendio voraz y de magnitudes insospechadas. En medio de las llamas se encontraba, mitigando el calor sólo con la fuerza de su voluntad y a baldazos de agua fría, cuando entendió que una simple y minúscula chispa podría ser capaz de destruirlo todo, reduciendo la vida a cenizas.

Fue entonces, que un 2 de junio plagado de necesidad y deseo, se consolidó el Cuerpo de Bomberos Voluntarios de la Boca; el primero de los más de seiscientos cuarteles que hoy sobreviven a lo largo y ancho del país. Es en esta fecha memorable, donde se revive el Día del Bombero Voluntario Argentino, cuando se escucha también el rugir de los aplausos incontenibles para los enemigos del fuego, para los héroes de perfil bajo, para nuestros valientes bomberos…

En Rosario funcionan actualmente dos cuarteles: Zapadores, dependiente de la Unidad Regional II de Policía; y Voluntarios, una entidad civil sin fines de lucro compuesta por 57 miembros que trabajan ad-honorem. La actividad del bombero voluntario es un servicio público que, regido por la Ley 12.969, se sostiene con el aporte de vecinos y diferentes entidades representativas de la ciudad. Es una tarea, una responsabilidad, pero también, una pasión desmesurada por ayudar al otro, contribuir a la sociedad y salvar vidas.

El sistema de bomberos voluntarios, está compuesto por cinco compañías, cada una con un Jefe, un subjefe y un cuerpo activo de bomberos que pasan la noche en vela, a la espera del llamado que transforme lo apacible, en pura adrenalina. Ese lunes Gustavo Costanzo era la autoridad a cargo y las buenas energías del cuartel, atenuaban por completo las secuelas del frío.

Crónica de nuestro paso por el cuartel

Nos abrieron las puertas como si fuésemos viejos amigos y la magia comenzó poco antes de vislumbrar lo que en realidad implica ser bombero. Diseminados por el cuartel, doce activos se disponían a contarnos su historia, cuando el sonar de un teléfono embravecido, irrumpió en un pedido de auxilio que ninguno optó por ignorar. La vieja historia de un contenedor ardiente, movilizó al gentío que, lejos de aburrirse ante lo reiterado, partió rumbo al incendio, cual si fuera el último, el más importante. Los ojos de esos hombres y mujeres ardían, ardían por socorrer, por servir.

A su regreso, la yerba descansaba tibia en un mate tan delicioso, como lo que tenían por contar. “Elegí ser bombero porque me gusta ayudar a la gente, porque no es sólo asistir en un incendio, es mucho más que eso. Va desde bajar a un gato del árbol, hasta apagar el fuego en la casa de alguien y forma parte de la vocación que cada uno tenga”, expresó Costanzo con total humildad. Esa noche era el jefe, pero su trato para con los demás descubría una relación que más que laboral, era afectiva. Eran una familia.

Sorbió un trago de la infusión y prosiguió en su relato: “Siendo bombero se obtienen muchas gratificaciones, desde personas que te ofrecen dinero por la ayuda, hasta gente que te trae una gaseosa o un paquete de biscochos, hasta el ‘gracias’.  El gracias de la gente es todo”. Al instante dejó entrever que no buscan ningún tipo de beneficio propio con su labor, más que la satisfacción que genera el hacer por los demás. El representante supo definir su tarea como una misión, para ellos, la primordial.

La mesa era larga y la gente era mucha. A un costado del superior y atento a sus palabras, el voluntario, Martín Nobrega, atesoraba en sus recuerdos, una descripción inolvidable: “Todos se acuerdan del primer incendio. La primera vez que entras en un espacio confinado, venís con una idea en la cabeza, hacés el curso, te preparan, te entrenan. Pero cuando realmente te toca una salida e ingresás a un lugar donde el humo te impide toda visibilidad, cuando hiciste cinco metros y te encontraste ahí, con la manguera en la mano, por más preparado que estés se te pasan mil cosas por la cabeza”, perpetuó con los ojos iluminados.

Fue allí, donde todos coincidieron en que no se puede comprender lo que se siente en un incendio, hasta que se vive en carne propia. “Hace algunas semanas se quemó la casa de mi abuela, cuando yo llegué estaba todo prendido. Ella no sufrió daño físico, pero perdió todo lo material”. El caso de Gabriel Contreras es una verdadera ironía: bombero desde los 13 años, comenzó a recorrer cuarteles cuando vivía en Goya, Corrientes, pero la noche del desastre no estaba de guardia. Era el momento de demostrarse a sí mismo, que podía ser un gran bombero, incluso por fuera del uniforme.

Al voluntario Poch le sucedió algo parecido: “En el caso de mi mamá, el aviso lo hicieron a bomberos zapadores y desde acá fuimos también. A ella la tuvieron que sacar de adentro, fue un momento muy triste, doloroso, pero también con un buen final. Son cosas que a uno lo marcan y el haber pertenecido a bomberos ayudó mucho a entenderlo desde otro lugar, de otra forma”. Mariano  ya pertenecía a bomberos cuando aconteció el incendio y dijo sobre el ejercicio, que “cuando se hace algo con gusto y con ganas, no se piensa en lo que se pierde o en que está dejando de hacer otra cosa”.

Porque sí, los bomberos voluntarios tienen una vida por fuera del cuartel, una familia que los espera, y el tiempo que dedican a sofocar las llamas, es tiempo que desinvierten en sus seres queridos. La pregunta es… ¿por qué lo hacen?... “Si estás acá es porque tenés el apoyo de tu familia. Si el voluntariado genera conflictos en la casa, el bombero se retira, por eso el apoyo de la familia es fundamental para poder ejercer esta actividad”, expresó Gustavo Costanzo retomando la palabra entre el bullicio, las risas y el olor a polenta con salsa que distraía desde la cocina.

Rondaban las 22 cuando Jonatan Lobo, apodado a la luz de la sirena como ‘Tito’, aludió a un motivo diferente que lo empujó a formar parte del equipo de Bomberos Voluntarios de Rosario. Su padre había sido bombero, también su tío y algunos familiares de otros pueblos y ahora lo eran sus hermanas. Para él, la pasión por las llamas se lleva en la sangre: “Me transmitieron esa vocación desde siempre y realmente nunca quise hacer otra cosa. Es algo importante para mí”. Con una simple frase destruyó por completo cualquier sospecha de obligación familiar. Nada más lejano. 

Por su parte, Paula Serra fue la primera representante del género femenino, que se atrevió a narrar su experiencia. De pequeña, su casa estaba rodeada por una fábrica de papel donde el fuego era moneda corriente. Envuelta en llamas en varias oportunidades, recuerda evacuar el hogar de la infancia con el llanto de su madre como música de fondo: “Siempre me llamó la atención el trabajo de los bomberos, los veíamos desde la vereda de enfrente, mientras mi casa corría el riesgo de prenderse fuego”. La sensación sólo la conoce aquel quien vivió un hecho semejante y el alivio ante la presencia de los cascos amarillos, merece ser reconocido.

Para ese momento la noche amenazaba oscura y el teléfono había dejado de sonar, como queriendo regalarnos ese impás que tanto se disfrutaba. En un ambiente ameno, casi una charla de café, una voz serena participó por primera vez:  “Yo sentía que era un ciudadano que se encontraba siempre del lado de afuera de todo, tenía la necesidad de involucrarme con mi ciudad y participar para tratar de hacer un poco por los demás, salir adelante y aportar mi granito de arena. Creo que a todos los que estamos acá, nos nace ayudar y prestar un servicio a cambio de nada”. Todas las miradas se posaron en Claudio Peralta y todas las cabezas asintieron unánimes.

Lo que dijo a continuación despertó sonrisas y miradas cómplices, certezas y satisfacciones. “No tenés que estar muy cuerdo para estar acá”, y tenía razón. Cada bombero voluntario arriesga cada noche su vida a cambio de un simple ‘gracias’, un abrazo, un suspiro de alivio. Si bien es cierto que son hombres y mujeres preparados, que actúan a conciencia para preservar la vida propia como la ajena, entienden que cada despedida de casa, puede ser la última.         Y bien lo expresó Peralta, sin dudas ni titubeos: “Ésta es la realidad que elegimos”.

Para ellos, ser bombero es parte de su esencia. Es algo nato en sus personas: el anhelo de adrenalina, la falta de pudor y la capacidad de reaccionar de manera rápida y eficaz, pero siempre con respeto por el fugo y mucha sensatez. Según explicaron, la desesperación ante el siniestro es la peor compañera y el miedo, mal que nos pese, termina siendo una de las opciones más viables. “Un tipo que no tiene miedo es un peligro, porque termina siendo imprudente”, sentenció el Jefe.

El agua del mate ya estaba fría y la yerba lavada, pero nadie parecía notarlo. La conversación era interesante y nos planteaba un mundo que desconocíamos. Indagamos sobre los requisitos necesarios para ingresas al voluntariado y nos informaron sobre un curso a ejercer a partir de los 18 años. Nos dijeron que en algunas ciudades existen escuelas de bomberos para chicos de entre 11  y 17 años, pero que en Rosario no hay por cuestiones de infraestructura y dificultades asociadas a la magnitud de una ciudad tan grande. “En los pueblos existe otra realidad en torno a bomberos. El cuartel está en el centro del lugar, todo el mundo pasa, lo ve, colabora. En Rosario es complicado”, dijo Nobrega al respecto.

Minutos después, Verónica Fulco tomó la palabra: “Cuando sos bombero no deseás nunca que pase algo malo, pero si pasa, vas a estar preparado para ayudar, para ser útil al otro. Es todo, desde ir a un colegio y enseñar a los chicos cómo tienen que llamar, hasta mitigar un incendio cabal y poder evitar que se propague a las casas linderas. Pero tenés que estar instruido para eso, porque la voluntad sin conocimiento es torpeza”. En medio de su relato resonó también lo que era evidente ante nuestros ojos: “De acá te llevas amigos, te llevas amores…” Porque la belleza de vivir en primera persona eso que te hace feliz, es sinónimo de cosas buenas, en todos los aspectos de la vida.

El hambre presionaba el estómago de los voluntarios y nuestra charla, cargada de reflexiones, estaba a punto de concluir. Adriana Núñez, mamá, psicóloga y bombera nos contaba cuán grande era su necesidad por el trabajo voluntario, desde mucho antes de inscribirse en el voluntariado. Explicó que “no surgió de un momento a otro, sino que lo venía arrastrando desde siempre, sólo que nunca lo había manifestado porque tenía una profesión, una familia” y a ello se dedicaba. “Cuando empecé a venir supe que éste era mi lugar”, sentenció.

Llegamos al final del día de la mejor manera posible, descubriendo valores, admirando a  los que a veces resultan olvidados. En el día del bombero, La Voz de los Vecinos pretende reconocer a esas personas que están dispuestas a arriesgarse por el otro sin un sueldo de por medio. Abrazar a quienes supieron desde pequeños que en el calor lastimoso del fuego estaba su satisfacción. Homenajear a los que lo sintieron de grandes, como Cristian Ríos, que ingresó al cuartel poco después de que los bomberos salvaran la vida de su hermano. Y reconocer a los que descubrieron la belleza del voluntariado casi de casualidad, como el bombero Luis Garavito, que creyó estar para otra cosa pero se enamoró de la propuesta y se quedó nueve años. A todos ellos, por todo ello, nuestras felicitaciones. A ustedes...eternamente agradecidos.

MÁS INFORMACIÓN EN: http://www.bomberosrosario.com.ar/

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