viernes, 21 de marzo de 2014

Él acaricia las cuerdas

Lujo internacional: El pianista Eduardo Delgado en su Rosario natal


La tarde de aquel 6 de junio asediado por el frío, amenazaba serena llegar a su fin y en el centro de la enorme sala del ex Banco Nación, reposaban las cuerdas a la espera del músico. Porque un piano de cola en soledad no es más que un simple instrumento, pero abrazado a las manos de Eduardo Delgado, es el arte mismo en su máximo esplendor.
                
Pasadas las 19, las sillas comenzaron a escasear. Y claro, el espacio era poco para tamaña figura. Rosarino por herencia y elección, la audiencia demandaba la presencia de un pianista de sensibilidades exquisitas. Docente, pedagogo y músico magistral, esa noche estaría allí, edulcorando las almas y transportando al público hacia un planeta majestuoso de melodías, matices y colores.

En el marco del ciclo “El piano y su música”, el Espacio Cultural Universitario perteneciente a la UNR, fue sede para el encuentro. Enormes columnas de mármol revestían el lugar enardecido por un tumulto de personas ansiosas, que atraídas por la belleza de un acorde, aguardaban a la espera de un ser capaz de emocionar hasta al hombre más frívolo.

“Para nosotros es muy importante traer a Eduardo a este lugar rescatado y renovado. Este edificio estaba cerrado y ahora que la universidad lo tiene para sí, lo estamos haciendo trabajar”. La voz de Marta Inés Varela, directora del ECU, manifestaba un deseo puro en pos de promover el arte, y de la mano de conciertos, muestras fotográficas y conferencias, el sueño estaba en camino a concretarse. “Queremos lograr que la gente entre y que eso ocurra nos hace felices”, proclamó.

Alrededor de quinientas personas recibieron entre aplausos a uno de los hijos más célebres de la ciudad. Galardonado por la UNESCO y declarado ciudadano ilustre de Rosario, ingresó a la gran sala enmarcado por un público deslumbrado que permanecía de pie ante su persona. Su madre, Amelia, participó activamente en su formación musical y una amorosa mención a ella fue la introducción elegida por el virtuoso para romper el silencio.

Minutos después, confesó la belleza inmensurable que le generaba su lugar en el mundo. Porque para él, Rosario es la hermosura del hogar, su familia, los amigos y una vieja Escuela de Música de la que es egresado y que guarda en lo profundo de su corazón.

A pesar de su tiempo fuera y de las lenguas extranjeras que ahora rigen su vida, Delgado parecía sentirse cómodo en un suelo que lejos estaba de parecerse a los increíbles escenarios del mundo. “Este sitio es maravilloso, es muy importante que pertenezca a la Universidad y tenemos que acompañarlo”, dijo sobre el edificio de peatonal San Martín 750.

Inició entonces el concierto embelesando a hombres y mujeres. Obras de Chopin, Bach y Mendelsohn configuraron un repertorio cautivador, donde el deleite estaba garantizado. Entre la gente, una dama de pupilas transparentes ocultaba sus lágrimas en la madurez de sus arrugas. Del otro lado, un hombre rubio y de cuerpo escuálido, dibujaba las notas en sus labios y un niño de pocos años se adormecía sereno en el regazo de su madre. Todos estaban presentes, pero ninguno estaba ahí, se habían ido hipnotizados por algún acorde.

Entre una y otra obra, Delgado deslizaba una reflexión armoniosa, señalando y descubriendo en cada melodía. Para sorpresa de muchos, se dio el lujo de tocar una versión del clásico The man I love, de George Gershwin y se reservó para el final, una interpretación esplendorosa del Libertango de Astor Piazzolla. La mejor elección para el mejor momento de la noche.

La destreza en sus dedos denotaba la genialidad de un hombre único en su especie, que en una hora y 15 minutos de concierto supo maravillar a conocedores y desinformados. Impulsando a las audiencias a seguir participando de un ciclo que se llevará a cabo durante todo el 2013, le dio vida a un Yamaha C7, hasta entonces dormido, sembrando cultura y pasión por las teclas.

Sin partituras
                
La voz del gran genio no podía quedar relegada a una simple interpretación de terceros. Miles de palabras tiene por decir, casi tantas como las obras que le quedan por tocar…
Tiene la particularidad de tocar sin partituras.

No puedo tocar con música porque no puedo entregarme sentimental y musicalmente. Cuando tengo la música enfrente siento una barrera entre lo que hago y lo que quiero expresar. Con la libertad de la memoria puedo inmiscuirme más en la obra. Hay obras que me costó mucho aprender, con la partitura delante las podía tocar y aunque sin ella es difícil, pienso que si no la sé de memoria, directamente no la sé.

¿A qué lugares lo traslada la música?

Cuando toco no estoy en el lugar, estoy con la música. Estoy en el mundo de Chopin, en el de Mendelson. Siento mucho la música y sufro mucho con cada nota. Los estudios de Chopin, por ejemplo, me duele tocarlos. Con El Océano o Revolucionario pienso en el sufrimiento del compositor o en lo que yo estoy sintiendo y me concentro para poder trasmitir lo que tengo adentro. Descubro la naturaleza en la música.

Lo llaman “el hombre de los mil colores”, ¿qué opina de eso?

Creo que es por estar metido en la obra y siempre tratando de expresar lo que siento. Yo siempre les digo a mis alumnos que cada nota tiene un sentido musical y una intensidad, por lo que ninguna de ellas debe ser desperdiciada. Cada nota es como un ser humano al lado del otro, todos somos importantes. Cada acorde representa los sentimientos que puede tener cada uno y eso es lo importante. Yo sufro con la música, pero también disfruto con ella y creo ese es un don hermoso que Dios me ha dado.

¿Cómo definiría esta noche, acá, en Rosario?

Muy emocionante. Me encantó poder reencontrarme una vez más con el rosarino y que la gente pudiera venir sin tener que pagar; se llegaron abiertamente por el placer de escucharme. Sé que todos los que estuvieron esta noche querían estar conmigo y no fue un compromiso para ellos. Yo me doy cuenta cuando el público está conmigo, porque si no están no puedo darme emocionalmente y hoy me entregué.   

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