La tarde de aquel 6 de junio
asediado por el frío, amenazaba serena llegar a su fin y en el centro de la
enorme sala del ex Banco Nación, reposaban las cuerdas a la espera del músico.
Porque un piano de cola en soledad no es más que un simple instrumento, pero
abrazado a las manos de Eduardo Delgado, es el arte mismo en su máximo
esplendor.
Pasadas
las 19, las sillas comenzaron a escasear. Y claro, el espacio era poco para
tamaña figura. Rosarino por herencia y elección, la audiencia demandaba la
presencia de un pianista de sensibilidades exquisitas. Docente, pedagogo y
músico magistral, esa noche estaría allí, edulcorando las almas y transportando
al público hacia un planeta majestuoso de melodías, matices y colores.
En el
marco del ciclo “El piano y su música”, el Espacio Cultural Universitario
perteneciente a la UNR, fue sede para el encuentro. Enormes columnas de mármol revestían
el lugar enardecido por un tumulto de personas ansiosas, que atraídas por la
belleza de un acorde, aguardaban a la espera de un ser capaz de emocionar hasta
al hombre más frívolo.
“Para nosotros es muy importante
traer a Eduardo a este lugar rescatado y renovado. Este edificio estaba cerrado
y ahora que la universidad lo tiene para sí, lo estamos haciendo trabajar”. La
voz de Marta Inés Varela, directora del ECU, manifestaba un deseo puro en pos
de promover el arte, y de la mano de conciertos, muestras fotográficas y
conferencias, el sueño estaba en camino a concretarse. “Queremos lograr que la
gente entre y que eso ocurra nos hace felices”, proclamó.
Alrededor de quinientas personas
recibieron entre aplausos a uno de los hijos más célebres de la ciudad. Galardonado
por la UNESCO y declarado ciudadano ilustre de Rosario, ingresó a la gran sala
enmarcado por un público deslumbrado que permanecía de pie ante su persona. Su
madre, Amelia, participó activamente en su formación musical y una amorosa
mención a ella fue la introducción elegida por el virtuoso para romper el
silencio.
Minutos después, confesó la
belleza inmensurable que le generaba su lugar en el mundo. Porque para él,
Rosario es la hermosura del hogar, su familia, los amigos y una vieja Escuela
de Música de la que es egresado y que guarda en lo profundo de su corazón.
A pesar de su tiempo fuera y de las
lenguas extranjeras que ahora rigen su vida, Delgado parecía sentirse cómodo en
un suelo que lejos estaba de parecerse a los increíbles escenarios del mundo. “Este
sitio es maravilloso, es muy importante que pertenezca a la Universidad y
tenemos que acompañarlo”, dijo sobre el edificio de peatonal San Martín 750.
Inició entonces el concierto
embelesando a hombres y mujeres. Obras de Chopin, Bach y Mendelsohn configuraron
un repertorio cautivador, donde el deleite estaba garantizado. Entre la gente,
una dama de pupilas transparentes ocultaba sus lágrimas en la madurez de sus
arrugas. Del otro lado, un hombre rubio y de cuerpo escuálido, dibujaba las
notas en sus labios y un niño de pocos años se adormecía sereno en el regazo de
su madre. Todos estaban presentes, pero ninguno estaba ahí, se habían ido
hipnotizados por algún acorde.
Entre una y otra obra, Delgado
deslizaba una reflexión armoniosa, señalando y descubriendo en cada melodía. Para
sorpresa de muchos, se dio el lujo de tocar una versión del clásico The man I love, de George Gershwin y se
reservó para el final, una interpretación esplendorosa del Libertango de Astor Piazzolla. La mejor elección para el mejor
momento de la noche.
La destreza en sus dedos denotaba
la genialidad de un hombre único en su especie, que en una hora y 15 minutos de
concierto supo maravillar a conocedores y desinformados. Impulsando a las
audiencias a seguir participando de un ciclo que se llevará a cabo durante todo
el 2013, le dio vida a un Yamaha C7, hasta entonces dormido, sembrando cultura
y pasión por las teclas.
Sin partituras
La voz
del gran genio no podía quedar relegada a una simple interpretación de
terceros. Miles de palabras tiene por decir, casi tantas como las obras que le
quedan por tocar…
Tiene la particularidad de tocar sin partituras.
No puedo tocar con música porque
no puedo entregarme sentimental y musicalmente. Cuando tengo la música enfrente
siento una barrera entre lo que hago y lo que quiero expresar. Con la libertad
de la memoria puedo inmiscuirme más en la obra. Hay obras que me costó mucho
aprender, con la partitura delante las podía tocar y aunque sin ella es
difícil, pienso que si no la sé de memoria, directamente no la sé.
¿A qué lugares lo traslada la música?
Cuando toco no estoy en el lugar,
estoy con la música. Estoy en el mundo de Chopin, en el de Mendelson. Siento
mucho la música y sufro mucho con cada nota. Los estudios de Chopin, por
ejemplo, me duele tocarlos. Con El Océano o Revolucionario pienso en el
sufrimiento del compositor o en lo que yo estoy sintiendo y me concentro para
poder trasmitir lo que tengo adentro. Descubro la naturaleza en la música.
Lo llaman “el hombre de los mil colores”, ¿qué opina de eso?
Creo que es por estar metido en
la obra y siempre tratando de expresar lo que siento. Yo siempre les digo a mis
alumnos que cada nota tiene un sentido musical y una intensidad, por lo que
ninguna de ellas debe ser desperdiciada. Cada nota es como un ser humano al
lado del otro, todos somos importantes. Cada acorde representa los sentimientos
que puede tener cada uno y eso es lo importante. Yo sufro con la música, pero
también disfruto con ella y creo ese es un don hermoso que Dios me ha dado.
¿Cómo definiría esta noche, acá, en Rosario?
Muy emocionante. Me encantó poder
reencontrarme una vez más con el rosarino y que la gente pudiera venir sin
tener que pagar; se llegaron abiertamente por el placer de escucharme. Sé que
todos los que estuvieron esta noche querían estar conmigo y no fue un
compromiso para ellos. Yo me doy cuenta cuando el público está conmigo, porque
si no están no puedo darme emocionalmente y hoy me entregué.
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