Guitarrista,
compositor, cantante: artista. Rubén Goldín es uno de los hijos de la Trova Rosarina,
ese que todavía hoy genera sentimientos profundos y recuerdos de una mágica
década del ’80; pero que también es el ahora hecho canción. Con un prontuario
colmado de experiencia y un amor por la música capaz de leerse en cada
centímetro de su piel, dejó en su paso por Rosario unas ganas locas de
escucharlo una vez más. Dueño de la voz que alguna vez supo halagar el flaco
Spinetta y con su último disco recientemente nominado a los Premios Gardel, es
esto lo que tiene para decir…
¿Qué recuerdos tenés
de tu infancia?
Mi
infancia estaba ubicada en calle Santa Fe al 5000, más o menos a la altura de Paraná.
Recuerdo que las calles eran de tierra y que yo vivía trepado a los árboles.
Cuando llovía jugábamos con el barro, hacíamos cosas de barro y nos divertíamos
mucho. Es una infancia muy distinta a la que se puede tener hoy en día,
nosotros éramos cirujas. Salíamos temprano de casa y volvíamos a las nueve de
la noche y no pasaba nada.
Con
relación a la música, recuerdo que mi viejo escuchaba mucho folcklore: Los
Fronterizos, Los Chalchaleros. A mi mamá le gustaban los boleros. A los seis
años empecé a tocar folcklore porque mi papá me tiró una guitarra y esa era su
música, así que mis comienzos, mi paisaje musical es ese.
¿Cómo te diste
cuenta que querías a la música como eje central y fundamental de tu vida?
Me di
cuenta que quería ser músico, pero no me di cuenta. Uno no entiende qué quiere
para su vida a los 15, 16 años. A esa edad yo veía la barba de Paul McCartney y
me afeitaba porque quería tener la misma barba. Pero esas pavadas que te pasan
en la adolescencia después te ayudan a entender que no era la barba, era la
música. Yo no quería ser un Beatle, quería ser yo. Pero de eso te das cuenta
después, cuando empezás a tener cosas para decir y vivís una vida que luego
aparece en tus letras.
Quizá
lo empezás a entender como una realidad cuando debutás en el teatro. Con Pablo el enterrador, que fue mi primer
grupo, toqué por primera vez cuando tenía 18 años, después de haber ensayado
mucho tiempo. Y cantar en un escenario frente a mucho público (en ese momento
había por lo menos 600 personas en la escuela Santa Unión de Oroño y Salta) fue
darme cuenta de que todo lo que habíamos hecho en el living de la casa de Coqui
(Antún) de golpe cobró sentido. Le agarramos el gusto al aplauso, pero no
porque nos gustaba que nos aplaudieran, sino porque implicaba comprometerse
más. Si lo que hicimos gustó, había que dedicarse a la música, estudiar y
tratar de hacer bien las cosas. Eso pasó en el año ’73 y a partir de entonces
hice muchas cosas.
Ingresar al
ambiente de la música siempre fue difícil. ¿Cómo pasaste de ser un artista anónimo al
reconocimiento que hoy lograste?
Muchas
veces me preguntan en Buenos Aires, ¿por qué de Rosario salen tantos buenos
músicos? Yo digo que esta ciudad tiene una enorme herencia cultural, de grandes
músicos oriundos de estos lados. A los rosarinos nos une el paisaje, pero no estamos
desesperados por el éxito. No es el objetivo.
Uno de
mis alumnos me dijo ‘tu disco no es para facturar’, y eso para mí es un piropo,
porque yo no hago discos para facturar. Y muchos músicos de Rosario hacen y
sienten lo mismo. Fandermole no hace un disco doble pensando en la plata que le
puede generar, por más que después lo defienda y quiera venderlo, el motivo
primero no es vender. Es una forma hermosa de expresión. Si vende, bienvenido
sea, porque vamos a poder ganar unos mangos para grabar otro disco, pero
ninguno de nosotros quiere tener un yate.
En la
soledad de la composición, cuando uno está con la guitarra y con la letra,
nunca está pensando en las ventas, ni si le va a gustar o no a la gente. Yo no
sé si mi música va a gustar, pero en realidad uno es la obra que va haciendo y
eso va más allá de la simpleza de vender discos.
Tu historia
atraviesa la de muchos otros artistas. ¿Cómo fue trabajar con músicos de tal
magnitud?
Yo no
sé si es una virtud o un defecto, pero cuando me pongo a cantar con otros
artistas, no me siento un tipo más experimentado, no miro desde arriba, por más
que a muchos les lleve ya varios años. Para mí somos iguales. De hecho me pasó
en muchos momentos de la vida; mi última novia tenía 26 años, yo tengo 59, y
estuvimos mucho tiempo juntos. Es mi forma de ver la vida.
Incluso
con mis alumnos me pongo a la par. Pero no porque crea que debo bajar mi nivel,
no creo que exista un nivel, las cosas pasan por otro lado. Los músicos son
iguales y para mí no existe el virtuosismo por el hecho de que uno sabe tocar
más notas que el otro. Para mí todo eso no existe, todos estamos parejos. Eso me da mucha
tranquilidad también, porque no me siento más ni menos que nadie.
Cuando
canté con Spinetta o con Charly, fue una gran alegría porque uno admira a esas
personas. Pero cuando estaba ensayando con Charly García, éramos los dos
iguales y él también te hacía sentir eso. Se tiraba al piso, se cagaba de risa
y a mí me pasa lo mismo, no hay diferencias, los músicos somos músicos y no
tiene más mérito el que vendió más discos, porque el amor por la música es el
mismo.
¿Existe algún
acontecimiento particular de tu carrera que te haya marcado por sobre otros,
que hoy recuerdes y todavía te haga estremecer?
Momentos
hay muchos. Una vez hicimos un show en Medellín con Nito Mestre, era un
espectáculo que estábamos compartiendo. Medellín es un gran valle que, al
terminarse la parte plana, empezaron a construir en las laderas de las montañas
y hay pueblitos literalmente colgados de la montaña. Cuando mirás se ven las
lucecitas de las calles, es muy lindo.
En un
momento yo estaba cantando El día que me
quieras a capela y detrás de mí había un ventanal por donde se podía ver
todo ese paisaje. Y se me acerca Nito y me dice… ‘estás cantando El día que me quieras en Medellín, que es donde murió
Gardel y atrás mirá lo que es’… y cuando miré a través de los vidrios, las
lucecitas de las casas y calles parecían ser personas con encendedores en las
manos. Fue increíble.
¿Por cuál de tus canciones sentís más amor?
¿Hay alguna que particularmente cargue con una historia que la vuelve diferente
a las demás?
Preferencia
no, pero una vez iba en el colectivo 60 en Buenos Aires, hace muchos años y vi
una nena. En realidad no sabía si era una nena o un varón, por el corte de
pelo, entonces desaté su sexo e imaginé que era un ángel. Cuando volví a mi
casa empecé a pensar qué pasaría si yo le preguntara a ese ángel qué pasa con
el mundo, con Dios… y así escribí la canción Otro Ángel. Todo eso nació porque vi a esa nena, a ese ángel. Igual, hay muchas canciones que
no tienen un origen determinado, sino que nacen porque uno las imagina.
Además de la
música, ¿qué pasiones y pasatiempos dan sentido a tu vida?
La
cocina me apasiona. Me gusta mucho cocinar e incluso tengo un horno de barro
que me permite dedicarle tiempo a eso, más también porque vivo en el campo. Y
otra de mis pasiones es algo que estudié, que es cine. Leo mucho sobre cine y
conozco la historia de Polanski, de Fellini y de muchos directores de cine, que
ahora no se conocen tanto.
El pasado 2013
lanzaste tu último material discográfico, ‘Nadar’, luego de diez años de
suspenso. ¿Cómo fue el proceso de creación de dicho material?
Nadar
es un disco que tardé años en hacer porque lo produje yo, puse la plata yo, el
técnico yo, y lo grabé en mi casa pero con personas especializadas. Por eso hay
canciones que son atemporales pero que igual las quería poner. El disco se
llama Nadar porque si vos te quedás
flotando, la corriente te lleva, en cambio si nadás podés ir en contra de la
corriente. Nadando podés llegar adonde sea. A no ser que estés en un rápido de
Canadá donde te golpeas la cabeza contra las piedras (risas). Pero nadar es un
poco eso, ir hacia el lugar.
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