Platón dijo sobre el arte, que se trata de una
imitación muy cercana a la mentira. Una copia que hace el artista de aquello
que percibe, que a su vez es una imitación de la forma verdadera, alejándose
dos veces de la verdad. Sobre la pintura, el filósofo señaló que el pintor se
limita a observarlo todo desde un único punto de vista; una perspectiva
unilateral que sirve al arte para destruir lo cierto y aniquilar en su esencia todo
vestigio de realidad. Pero… ¿cómo describiría el artista a su propio arte?
“La pintura para mí es salud”, dijo un hombre de
mirada sólida y voz extremadamente calma. Mientras preparaba el mate en la
cocina, sus palabras invadían tenues la serenidad de una tarde cansada. Y fue
entonces, cuando las diferencias salieron a la luz: para la razón y el
diccionario, el arte es una virtud, disposición y habilidad para hacer algo.
Para los sentimientos del artista, es un acto inteligente del ser humano, porque
una sociedad sin arte es una sociedad muerta.
Raúl Gómez es artista plástico y su casa es el
enorme lienzo donde descansa la libertad de sus obras. Para él la pintura es
belleza y tiene que ver con la expresión en su máxima expresión, con todo
aquello que se sublima a través del arte. “También dentro del horror permanece el
arte”, dijo contundente, y agregó que es ahí cuando el creador deja de ser
creador para convertirse en instrumento, para decir sin palabras lo que otros
callan. A simple vista se lee en Raúl un aura
distinta, ese ‘que se yo’ que tienen
los artistas y que para la Psicología del Arte sigue siendo una incógnita.
En su artículo Los problemas de una psicología del Arte, Gisele Marty describe
posibles explicaciones para comprender qué factor o factores inciden en la
creación artística genial. La letrada habla de causas genéticas cuyas raíces
residen en la herencia familiar; un origen evolutivo donde las experiencias
personales y subjetivas del individuo lo llevarían a desarrollar capacidades
artísticas sobresalientes. Menciona también una razón sociocultural que
entiende al artista como consecuencia del contexto; e incluso causas psicopatológicas,
según las cuales el don de la genialidad es producto de una lesión cerebral.
Las teorías son muchas y Raúl puede haberse contagiado
de cualquiera de ellas. Pero lo cierto es que, en un mundo que vive desfasado,
encontrar a una persona feliz haciendo lo que hace no sólo es extraño sino
también maravilloso: “Yo me considero un privilegiado. A mí me tocó. En tercer grado recitaba
poesías sin que nadie me las pidiera, ya algún chip no andaba bien, lo
socialmente normal era otra cosa. Es difícil pensar en uno como artista consumado
porque tuve que librar muchas peleas, incluso internas, conmigo mismo. Una vez
leí en la introducción de un libro que cuando
el genio aparece tiene por estigma que los necios se conjuran contra él. Porque nadie quiere ver la expresión en su mayor
contenido cruel”.
Sin embargo, es en esa crueldad
donde fulgura reluciente el espíritu del verdadero artista. Ese que entiende en
el arte una herramienta para el compromiso con su tiempo, la reafirmación de la
memoria y la denuncia de lo que está mal, de aquello que lastima. Más allá de
cualquier creencia religiosa, expresó hace tiempo Juan Pablo II: “Todos los
artistas tienen en común la experiencia de la distancia que existe entre la
obra de sus manos y la belleza percibida en el momento creativo. Lo que logran
expresar en lo que pintan, esculpen o crean, es sólo un reflejo del esplendor
que durante unos instantes ha brillado ante los ojos de su espíritu”. Para
nuestro artista, dicho esplendor puede venir a contar lo bueno o lo malo, pero
es importante que la obra siempre contenga información. Y agregó Raúl: “El
creador es el emisario de su presente, es él el que marca una situación social
y es en su obra donde se puede apreciar verdaderamente la memoria”.
Creer en la memoria es llevar en la sangre el
verdadero gen argentino, ese que no perdona y jamás olvida. Gómez entiende por
artista comprometido, a aquel que pinta una tortura sabiendo que con ello no va
a alegrar la vida de gente. Cuando el pintor logra que un hombre llore frente a
una imagen porque vuelve a sentir lo que ya vivió en carne propia, es cierto
que repite el dolor, pero también enarbola las banderas de la libertad. Como
escribió García Márquez, mucho antes de irse de gira… La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la
recuerda para contarla.
Como artista, ¿qué banderas
enarbolás?: “Sobre todo, creo que el derecho número uno de todo ser humano: la
libertad. Ser libre. Libre de pensar, libre de equivocarse, libre de decir lo
que tenés que decir, libre para no tener miedo. Libre con esa libertad que
respeta al otro, una libertad inteligente. A partir de eso podemos hacer todo”.
Pero el análisis de un artista
nunca estaría completo sin pasar por la censura. Ese candado que algunos usan
para encerrar en un viejo sótano las ideas de un pueblo, antojeras que limitan
la mirada hacia una única dirección y cierran la boca de los que tienen para
decir un discurso diferente al oficial y establecido. “La pintura te ayuda a
decir lo mismo de otra manera. Es como cuando Charly García cantaba Alicia en
el País en la cara de los militares y los tipos no se daban cuenta”, explicó
Raúl. Y en su mente tal vez escuchaba
suave la voz de una artista que, sin querer daba sentido a sus palabras:
“Toda censura es peligrosa porque detiene
el desarrollo cultural de un pueblo”… le susurraba la negra Sosas desde algún lugar
por allá arriba.
Nuestro artista piensa cada una
de sus respuestas, como si se jugara en ellas la vida. Para él no es una simple
entrevista, es su alma la que está siendo cuestionada y sólo pretende decir
verdad. La misma verdad que reflejan sus obras, todas atravesadas por algún
momento de su vida. El recuerdo su madre entra en escena y dice de aquel cuadro
que pintó cuando ella ya no estaba. “Yo creo que hay que apostar a los sueños”,
esboza de pronto. En sus ojos brilla la historia de una profecía incumplida:
Todos los artistas mueren pobres o borrachos. Raúl sabe cuan arduo fue el
trayecto, pero asegura que ha valido la pena: “No creo que haya persona más
segura en el mundo, que aquella que sabe para qué vino”. Cual el poeta
uruguayo, Mario Benedetti: No te rindas
que la vida es eso, continuar el viaje, perseguir tus sueños, destrabar el
tiempo, correr los escombros y destapar el cielo.
“Yo a veces pienso en los pares, las personas
que sin estar haciendo lo mismo viven de la misma forma. Se complementan, se
ayudan. Esa es una sociedad decente, no esa sociedad mezquina que basa sus valores
únicamente en lo material”.
Pero más allá del amor y la entrega que implica pintar una obra,
las aristas económicas también son parte importante de la vida del artista.
¿Para quién crea? ¿A cambio de qué? Pablo Picasso dijo que un pintor es un hombre que pinta lo que vende. Un artista, en cambio,
es un hombre que vende lo que pinta. Ahí está la diferencia. Nuestro
artista también vende su trabajo, pero lo crucial, según él, es poder transmitir algo: “Es
como un mensaje dentro de una botella, va a haber personas que lo lean y otras
que lo dejarán seguir. Lo mágico es el cambio que puede producir en el que sí
lo recibe. Y, ¿para qué comprar un cuadro?... Para hacer más bello tu día”.
EL MOMENTO DE LA
CREACIÓN
Ensayos
sobre la creación artística suponen que la capacidad de gestar, echar a volar
imágenes, crear y recrear espacios de fábula y sentirse dueño de esa creación,
le permite al hombre desenterrar su riqueza interior más profunda, como solo
puede hacerlo el que se aventura en el mágico mundo de lo imaginario. Para
algunos ese país maravilloso es casi como un hogar, un mundo que más que mágico
es cotidiano, más que inalcanzable se entremezcla con las cosas de todos los
días.
Raúl busca desmitificar el hecho de la
creación: “Uno no está metido en una dimensión desconocida y diferente, es más
bien habitual”. El trabajo para el artista comienza con una temática que debe
ser capaz de movilizarlo y que nace en su cabeza, en ese espacio que sólo es
propio de las ideas y desde el cual se trabaja incluso cuando no se está
trabajando. “Es un todo”, declaró Raúl. Poco después el estilo entra en juego
para ser derrotado por las motivaciones: “No tengo un estilo particular porque
me interesa más la gente motivada que la gente con estilo. La gente con estilo
puede ser eternamente aburrida”.
El artista entendió para su vida
que el arte le permite cambiar, ensayar, jugar. Comprendió que hay cosas que en
la vida real no puede hacer pero que en la pintura está habilitado. Raúl supo
ver que no hay peor cosa que la encarcelación de uno mismo por temor a ofender
y dijo también que un cuadro es real cuando, más allá de las presiones, produce
felicidad al hacerlo. Con los años entendió que los otros nunca van a querer que
naufragues, que te equivoque, pero en la vida real los golpes son reales y los
riesgos necesarios. Descubrió además que el artista profesional no existe,
porque el arte no te permite graduarte, aunque sí se puede ser profesional de
la mentira y eso es realmente triste.
“Un cuadro tiene que tener
poesía”, dijo Raúl mientras recordaba al pintor que fue. Porque en el proceso,
explicó, persiste la búsqueda interna de uno mismo y hay un pintor que
permanece en la obra y que no regresa. Una canción de Serrat le sirvió de apoyo
para expresar lo que anhelaba decir… no
es que no vuelva porque me he olvidado, es porque perdí el camino de regreso.
En el cuadro está el recuerdo, la memoria de la que antes hablábamos. La
memoria de un pueblo, pero también la historia de un artista, su identidad,
todo su ser. Cuando una obra se va, ocurre que se multiplica. Lo importante es
no perder el rumbo, no salirse del camino. Como dijo Raúl Gómez, el artista:
“La vida es corta, si no lo hacés ahora, ¿cuándo lo haces? Podés creer en otra
vida, pero yo, quiero vivir esta”…
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